Lo tengo que reconocer. Se me hace muy pesado escuchar un discurso que utiliza lenguaje inclusivo, incluyente, no sexista. Y si lo tengo que leer, entonces ya me exaspera. Esa obsesión por eliminar de nuestra cultura el masculino genérico y sustituirlo, bien por una innecesaria palabra en femenino o una palabra sustituta que en ocasiones sigue siendo igual de masculina que aquella que pretende evitar pronunciar, no la entiendo. Por ejemplo, en mi ámbito se utiliza mucho la palabra estudiantado para evitar pronunciar la palabra alumno, y precisamente la palabra estudiantado es masculina, no femenina, igual que alumno. Hay una cosa que se llama economía del lenguaje y francamente se debería explicar y aplicar para no llegar a absurdos como este: “Informo a todas y todos las alumnas y alumnos que se sientan preparadas y preparados, que pueden avisar a sus profesoras y profesores para ser evaluadas y evaluados”. Y si, además, escuchas a una ministra del Gobierno decir en el Congreso de los Diputados los portavoces y las portavozas, entonces ya me puedo creer casi todo.
La justificación para el uso de estas prácticas lingüísticas es la de visibilizar los diversos géneros con el objetivo de terminar con lo que se denomina sexismo lingüístico. Y para ello se ofrece un lenguaje no sexista que se basa en usar palabras genéricas inclusivas, uso de la x y del @, uso de la e y otras cosas similares. Y aquí, mis queridos lectores, tenemos un problema porque no hay acuerdo sobre el número de géneros que existen. Las cifras varían, pero se puede hablar de 10 categorías distintas en el género. Ahora qué hacemos con el lenguaje, cómo hacemos para incluir estas 10 categorías de género en nuestro lenguaje cotidiano. Es lo que se conoce como el problema de la bicategorización del género. Algunas personas se identifican con un género que no es masculino ni femenino y estas identidades, que no son binarias, pueden sentirse marginadas con el binarismo genérico del lenguaje, dicen los afectados. Menudo follón.
Al final, si todo lo dicho anteriormente sirviera para algo, su uso sería justificable. Pero lo que hay que preguntarse es si por decir todos y todas (o todes) en todos los textos a partir de ahora, serviría para evitar violaciones, agresiones u otros comportamientos execrables. Creo que no. Tampoco ese lenguaje evitará que a una mujer le pregunten en una entrevista de trabajo si piensa quedarse embarazada en los próximos años. Eso sí, hay mucha gente que vive de esto.
El lenguaje inclusivo, que puede ser una causa noble incluso bien intencionada, termina siendo una ridícula pérdida de tiempo y esfuerzo que aporta muy poco y no solo no consigue nada, sino que consigue muchos detractores para esa causa.
Concluyo refiriéndome al criterio a este respecto de la RAE, que no he mencionado hasta el momento: “Esta institución no avala el llamado lenguaje inclusivo, que supone alterar artificialmente el funcionamiento de la morfología de género en español bajo la premisa subjetiva de que el uso del masculino genérico invisibiliza a la mujer”. Nada más que añadir.