Otra semana Santa diferente, y no termino de acostumbrarme a no escuchar los tambores por toda la ciudad... Nos parecía que esto iba a ser una simple anécdota que contaríamos a nuestros nietos en el futuro. Pero se ha convertido en una pesadilla larga y pegajosa que tardaremos mucho en quitarnos de encima. Después del miedo, llegó la incertidumbre para dar paso a la esperanza. Y ahora nos encontramos en la fase de la disyuntiva. Ansiamos como nunca aquella libertad que quizá no recuperemos jamás y, con todo, nos hemos acostumbrado, casi sin darnos cuenta, a algunos hábitos que no tienen nada de normales. Todos hacemos pequeñas trampas porque el ser humano es rebelde por naturaleza. Nos saltamos un perímetro para ver a nuestra familia o nos acercamos peligrosamente a los demás en una fila. Y cosas tan sencillas nos hacen sentir que estamos viviendo al límite, dicen que esta amenaza es invisible y sin embargo todos la palpamos como algo muy presente.
Nos hemos pegado a las pantallas para evadirnos con decenas de productos de ficción que nos ayuden a sobrellevar esta angustia, a pesar de la extrañeza que nos producen ciertas actitudes demasiado cercanas de esos personajes que viven aventuras en un mundo sin pandemias ni restricciones a la libertad. Abrazamos y sonreímos con la mirada porque nos han quitado la mitad de nuestra cara, esa que un día fue el reflejo de nuestra alma. Y la sobreinformación nos ha llevado a perder el criterio propio y a ver la realidad a través de cifras y gráficos.
Hace un año recomendaba en mis redes sociales una película de Pixar del año 2008: Wall-E. Me pareció que es una bonita historia que se puede ver en familia y que nos ayudaría a sobrellevar el confinamiento. No imaginé que un año más tarde me sentiría tan identificada con ella. Nos hemos convertido en seres unidireccionales, metidos en una rutina que es completamente ajena a nuestra propia esencia, y estamos apoltronados en nuestra zona de confort sin ver lo que ocurre a nuestro alrededor.
Estoy deseando que alguien encuentre ese pequeño brote verde plantado en una bota, que nos sacuda para empezar a reaccionar. No somos los dueños del universo, pero sí los que mejor saben luchar.