Síguenos
Torrijas Torrijas

Torrijas

Mojadas en leche, rebozadas y espolvoreadas con azúcar como si fueran oro. Cada año me prometo que no voy a comer tantas, y cada año caigo rendida
banner click 236 banner 236
Elena Gómez

Hay sabores que no se olvidan. Sabores que no están en los libros ni en las cartas de los restaurantes, sino en la memoria, en el olor de la cocina de casa. Cuando llega la Semana Santa, Teruel se transforma. Las calles se llenan del redoble solemne de los tambores, de procesiones que cruzan la noche envueltas en recogimiento y de aromas que nos transportan a los hogares más tradicionales.

En casa festejamos con alegría las torrijas de mi madre. Las hace con tanto esmero y cariño, que parece que con eso pudiera curar el alma. Mojadas en leche, rebozadas y espolvoreadas con azúcar como si fueran oro. Cada año me prometo que no voy a comer tantas, y cada año caigo rendida. Y, cómo no, a partir del domingo no puede faltar la rosca de pascua. De niños, mi hermano y yo nos metíamos con ella en la cocina a darle formas imposibles a la masa: lagartos, estrellas, perros, espirales o jirafas, siempre con un huevo para rematar el dibujo, y bolitas de anís por encima, como polvo mágico que diera vida a nuestras creaciones.

Cada rincón de Teruel tiene una riqueza gastronómica diferente. Yo, que nací en Alcañiz, les tengo cariño a los crespillos, hechos con hojas de borraja rebozadas y espolvoreadas de azúcar. No tienen ninguna lógica y, sin embargo, son, como esta tierra, humildes y sorprendentes. También son una delicia los roscones de sartén o las mantecadas. Todos ellos son dulces que no necesitan aditivos ni grandes decoraciones, su valor está en su historia, en el cariño con que se han amasado generación tras generación. La de Teruel no es una gastronomía de fuegos artificiales, sino de brasas lentas, de sabor auténtico. Una cocina que no solo alimenta, sino que conecta.

En estos tiempos en los que todo parece querer cambiar demasiado rápido, me aferro a esos sabores como a una promesa. Mientras haya un potaje en el fuego, una torrija en la mesa o una abuela que guarde la receta en su memoria, Teruel seguirá siendo Teruel. Recuperar y defender las recetas de la Semana Santa es también una forma de preservar quiénes somos.