El viernes pasado marqué un hito (otro) en la historia de mi vida: fui a mi primer concierto después de la pandemia. Como habrán imaginado, se trataba del concierto de Revólver, uno de mis grupos noventeros favoritos, así que la emoción era doble. Estaba ansiosa, feliz por retomar una normalidad que no creía echar tanto de menos, y me pasó lo que cabría esperar. Empezaron a sonar los acordes y los diez minutos siguientes los pasé llorando.
Fui consciente en ese momento de lo mal que lo hemos pasado, sobre todo aquellas personas a las que nos colgaron el sambenito de "alto riesgo", las que no hemos disfrutado de ningún acontecimiento social, familiar o amistoso. Ha sido muy duro el aislamiento casi enfermizo, el miedo y la prudencia, la virtud de encajar las malas noticias en la distancia…
Siempre he proclamado que somos capaces de adaptarnos a cualquier situación, por dolorosa y tremenda que sea, y, a pesar de todo, cuando todo pasa y volvemos a nuestra cotidianeidad anterior, nos resulta difícil despegarnos de la sensación de irrealidad. Porque no fue solo el concierto, sino estar sentada al lado de mis amigas, la consiguiente cena, ver a tanta gente conocida y notar la alegría en sus ojos por el reencuentro. Ojos que, dicho sea de paso, tienen unas cuantas patas de gallo más. Nos han robado dos años de nuestras vidas y hemos envejecido por encima de nuestras posibilidades.
Es cierto que las cosas no están bien, que vamos enlazando desgracias nunca imaginables y que hacen que los ánimos no estén demasiado altos. Sin embargo, lo que estamos recuperando gracias a esta tregua de coronavirus (ojalá sea para largo) es la libertad y, sobre todo, volver a tener la capacidad de saborearla y darle la importancia que tiene.
En este momento tenemos miedo por nuestros bolsillos y por nuestra integridad territorial y cultural. Y, a pesar de ser cosas muy importantes, seremos capaces de sobrellevarlo e incluso de reinventarnos si es necesario, siempre que sigamos contando con los nuestros y podamos abrazar y reír sin límites. Por eso estoy disfrutando tanto este momento y, si vuelven los malos tiempos, no me pillarán desprevenida y podré decir eso de "que me quiten lo bailao".