Otra columna típica es la que hace balance del año que acaba. Al despedir 2024, me doy cuenta de lo difícil que es resumir un período tan complejo y confuso como los últimos doce meses. Y es que, entre guerras, discursos políticos delirantes, desastres humanos y crispación allá donde miremos, si hay algo define a este año es una parodia macabra.
La escena internacional es un circo sin carpa. Rusia y Ucrania siguen siendo la trinchera eterna, los frentes en Oriente Medio se multiplican y las crisis humanitarias desbordan el límite de lo imaginable. Mientras tanto, las grandes potencias siguen dándose palmadas en la espalda y firmando acuerdos que no valen ni el papel reciclado en que están escritos. Todo esto mientras el planeta asiste atónito al meteórico ascenso de líderes cuyo talento principal parece ser twittear a la velocidad de la luz y hacer discursos llenos de "fake news" refinadas como si fueran arte moderno.
En España, 2024 ha sido un plato fuerte para estómagos delicados. Los políticos siguen pensando que la democracia consiste en gritar más fuerte que el vecino, los pactos se desinflan como un suflé mal cocinado, caen mitos porque siempre es la misma historia y los enfrentamientos extremos nos dejan desamparados. Como lo están nuestros queridos vecinos de Valencia, que no saben dónde mirar para recuperar sus vidas porque no fue solo el lodo lo que se las llevó. Entre tanto, los demás estamos esperando una bajada de precios que no llega, sin entender muy bien en qué nos va a influir la retirada del impuesto a las energéticas. Todo esto regado con corrupción, imputaciones y dramas migratorios.
¿Y en Teruel? El tren sigue llegando tarde, cuando llega, y la despoblación avanza sin que a nadie en Madrid le quite el sueño. Así los neorrurales pueden seguir llenando sus redes sociales de fotos idílicas de paisajes vacíos. Por mucho que nos rompamos la cabeza, esto tiene difícil remedio.
Al menos en lo personal progreso adecuadamente y he cumplido algunos objetivos. No es poco, visto lo visto… Feliz 2025.