Mi frase más utilizada es que la vida es como una montaña rusa. Hay etapas en las que todo es subida, diversión y buenas vistas; y hay otras en las que damos vueltas sin control, estamos demasiado tiempo cabeza abajo y nos desorientamos por completo. Y como el mundo no es un lugar equitativo, algunas personas pasan más tiempo en las primeras y otras lo hacemos más en las segundas.
Por eso, a veces me pregunto de donde saco las fuerzas para seguir sonriendo y viendo el lado positivo de las cosas, cuando a mi alrededor casi nada va del todo bien. Ya he hablado alguna vez aquí de la resiliencia, una actitud que practico desde que nací, casi sin darme cuenta. Pero para actuar así, tiene que haber algo más en mi cerebro que me impulse a seguir adelante y disfrutar de cada momento de esta aventura que es vivir.
En los últimos meses he tenido bastante tiempo para reflexionar sobre ello, debido al frenazo en seco que he tenido que dar por problemas de salud (que, por fortuna, parecen ya superados). Y he llegado a la conclusión, no sé si acertada o no, de que mi motor es la motivación. Desde que tengo uso de razón, siempre estoy planeando actividades de toda índole. Mi cabeza está llena de proyectos, algunos muy locos y otros fáciles de llevar a término, pero todos me generan gran ilusión.
Hay una persona muy querida en mi familia que dice que nunca se aburre, de la cual creo que he heredado este afán por estar siempre activa. Ella me enseñó a mantener la mente ágil y las manos ocupadas y, aunque las manos ya no las puedo mover, mi mente sigue maquinando para no dejar nunca de tener algo que hacer. Esa es la razón por la que he tenido muchas experiencias de diversa índole y he dedicado mi tiempo a actividades de todo tipo. Y aún hoy, todavía sueño con otras muchas que me gustaría probar antes de marcharme de este mundo.
Soy inquieta por naturaleza y eso me ayuda a aferrarme a la vida porque siempre queda mucho por hacer. Así que, háganme caso y no dejen de tener una motivación para disfrutar y dar gracias por seguir aquí.