Mona se ha ido. Era parte de la gran familia a la que tengo la suerte de pertenecer, la hija adoptiva de mi ahijada. Ya era adulta cuando llegó a nuestras vidas, vivía en una protectora de animales porque había sido encontrada sin ningún tipo de identificación en una carretera. No sabían nada de ella, pero era evidente que había sufrido malos tratos por el miedo irrefrenable que mostraba hacia los humanos. Y, aunque al principio la convivencia fue difícil, ambas se han acompañado mutuamente durante algunos felices años.
Hace una semana, supimos que Mona ya vivía en el cielo de los perros. Fue una noticia muy triste para todos porque le habíamos cogido mucho cariño. Sin embargo, el peor trago lo ha pasado su madre humana. Intentamos consolarla y estar a su lado en este momento tan duro porque, quien más quien menos, hemos tenido que aceptar que nuestras mascotas no suelen sobrevivirnos. Por eso en estos días no he podido dejar de acordarme de mi perra Belfy y mi gato Curro que, en diferentes momentos de mi existencia, han sido mi apoyo incondicional. Repetimos con insistencia que, hasta que no se tienen mascotas, no es posible saber cuánto se les puede querer. Esta afirmación encierra una verdad absoluta: una vez que entran por la puerta de nuestra casa, se convierten en un miembro más de la familia y se acumulan tantos recuerdos a su lado, que la despedida se vive con mucha amargura.
Llegan días de regalos, sobre todo para los más pequeños. La mayoría de los niños, en su infinita inocencia, piden tener un compañero de juegos de cuatro patas y mucho pelo. Y los adultos, en nuestra infinita estupidez, cedemos ante sus deseos sin pensar en la gran responsabilidad que supone adoptar a un animal cuya única misión es hacernos compañía y darnos cariño. A la vuelta de unas semanas, nos damos cuenta que esto no es para nosotros y llenamos las protectoras de cachorros desorientados y con un destino incierto.
Por mi experiencia sé que la decisión de tener mascota es casi tan importante como la de tener un hijo. Así que les ruego que no regalen a lo loco. Actúen con responsabilidad y, si al final es una opción para sus hogares, ofrezcan a su nuevo amigo todo el amor del que sean capaces durante el resto de su corta vida.