Cuando todo el mundo veía la serie de Juego de Tronos, me preguntaba sobre la razón de semejante éxito. El secreto radicaba en que es una historia muy humana y extrapolable a cualquier época de la historia.
Sin ir más lejos, en nuestros días, cada vez que hay elecciones, presenciamos un baile de alianzas y enemistades que no dejan de sorprendernos. Comienza el mercado de invierno y se apuesta por fichajes caros, que garanticen un puñado más de votos. A veces, el negocio es arriesgado y los beneficios escasos, pero en el amor y en la política todo vale.
Durante la mal llamada campaña pre-electoral, me encanta arrellanarme en mi silla mientras veo los telediarios o leo los periódicos, y disfrutar del sainete político. Incluso, a veces, tengo la tentación de hacerme unas palomitas para disfrutar más del momento...
Aparecen viejas glorias, se suben al carro algunos que prometieron no volver, se suman advenedizos, y cambian los colores y los ideales. Las crisis internas se extienden como un virus, las puñaladas por la espalda son habituales y todos quieren salir los primeros en la foto. Cada partido hace sus propios sondeos sobre intención de voto, dando resultados muy dispares según la empresa que los haya realizado. Y cada partido promete ganar y no ceder ante nadie.
La lucha por el poder, por escaso que este sea, es encarnizada y se olvidan pronto los principios y las buenas formas. Me consta que te acercas a este mundo con buenas intenciones y con ganas de mejorar la sociedad. Y que muchos políticos trabajan con entrega y devoción por aquello en lo que creen y para garantizar nuestro bienestar. Sin embargo, la palabra “elecciones” transforma a las personas como si de un hechizo se tratara: acrecienta los egos y exacerba los miedos.
Pónganse cómodos, nos quedan unos meses de diversión, siempre que nos lo tomemos con sentido del humor e ironía. Pero sin perder la perspectiva, es nuestro deber votar con criterio y, para ello, lo mejor es estudiar los programas electorales. Aunque luego no se cumplan, dicen mucho de cada candidato.
Sin ir más lejos, en nuestros días, cada vez que hay elecciones, presenciamos un baile de alianzas y enemistades que no dejan de sorprendernos. Comienza el mercado de invierno y se apuesta por fichajes caros, que garanticen un puñado más de votos. A veces, el negocio es arriesgado y los beneficios escasos, pero en el amor y en la política todo vale.
Durante la mal llamada campaña pre-electoral, me encanta arrellanarme en mi silla mientras veo los telediarios o leo los periódicos, y disfrutar del sainete político. Incluso, a veces, tengo la tentación de hacerme unas palomitas para disfrutar más del momento...
Aparecen viejas glorias, se suben al carro algunos que prometieron no volver, se suman advenedizos, y cambian los colores y los ideales. Las crisis internas se extienden como un virus, las puñaladas por la espalda son habituales y todos quieren salir los primeros en la foto. Cada partido hace sus propios sondeos sobre intención de voto, dando resultados muy dispares según la empresa que los haya realizado. Y cada partido promete ganar y no ceder ante nadie.
La lucha por el poder, por escaso que este sea, es encarnizada y se olvidan pronto los principios y las buenas formas. Me consta que te acercas a este mundo con buenas intenciones y con ganas de mejorar la sociedad. Y que muchos políticos trabajan con entrega y devoción por aquello en lo que creen y para garantizar nuestro bienestar. Sin embargo, la palabra “elecciones” transforma a las personas como si de un hechizo se tratara: acrecienta los egos y exacerba los miedos.
Pónganse cómodos, nos quedan unos meses de diversión, siempre que nos lo tomemos con sentido del humor e ironía. Pero sin perder la perspectiva, es nuestro deber votar con criterio y, para ello, lo mejor es estudiar los programas electorales. Aunque luego no se cumplan, dicen mucho de cada candidato.