Crecí con la idea de haber nacido en un país cuya Constitución, ampliamente respaldada por las fuerzas políticas y sociales, ponía fin a tiempos oscuros. Después, durante mi formación universitaria en Derecho, tuve la certeza de tener un cuerpo normativo fuerte que garantizaba la separación de poderes, indispensable para que los engranajes democráticos funcionen.
Pero de un tiempo a esta parte, mi percepción ha cambiado. Ha sido tremendamente fácil acabar con los pilares que soportaban la pacífica convivencia de los españoles, sobre todo desde la irrupción de los populismos y las redes sociales. Y ahora llega la Inteligencia Artificial para terminar de rematar la era de la posverdad. Y en esas estamos, debatiéndonos entre nuestro derecho legítimo a manifestar nuestra opinión en el ámbito que elijamos y de forma pacífica, y el rechazo -incluso el miedo- a las conductas extralimitadas o violentas. Hace mucho que no simpatizo de pleno con ninguna de las ideologías que nos representan. De hecho, estoy convencida de que a todos nos manipulan, sin que nos demos cuenta, tanto los partidos políticos como los medios de masas, con lo que es muy difícil tener criterio propio hoy en día. Por eso, me cuesta dilucidar las razones y objetivos de unos y otros. Sin embargo, estoy muy preocupada por la brecha social que se está abriendo y creo que se están dando pasos muy peligrosos con el único fin de ocupar un trono que, en puridad, nos debería pertenecer a los ciudadanos. Sigo creyendo en la democracia y las grandes cuestiones deberían sernos consultadas a todos, no a unos pocos.
Esa es la razón por la que voy a ejercer mi opción de manifestar públicamente mi descontento, más allá de panfletos o convocantes. Y espero que todas las partes, a favor o en contra, sean respetuosas con los que no son de su cuerda, porque todos tenemos el derecho y la obligación de sostener nuestros principios para avanzar hacia una sociedad mejor y más tolerante.
No espero menos de ustedes. Hagan lo hagan o piensen lo que piensen, que sea con cabeza.