Si algo me revienta de la clase política es que se mezclen churras con merinas. Aprovechan cualquier hecho objetivo para hacer política y salir al ataque del contrario sin medir sus palabras o las consecuencias de sus opiniones, en muchas ocasiones infantiles y superficiales.
De forma objetiva, unos menores violan a dos niñas en manada. Ese brutal acto es deplorable, lo mires por donde lo mires. Todos son menores, tanto verdugos como víctimas, y detrás hay unos tutores responsables de las implicaciones de algo tan horrible.
Llevo días preguntándome en qué entorno se han educado esos chicos para decidir de forma libre y consensuada que está bien engañar a dos niñas para agredirlas sexualmente. También me horroriza pensar que, aunque la protección al menor es necesaria, la ley trate casi de la misma forma a un niño que no sabe distinguir todavía el bien del mal, y a un chaval que ya sabe que hay ciertos comportamientos que traen consecuencias muy graves.
Por otro lado, se aspira a que todas las mujeres y niñas podamos deambular con total libertad sin miedo a un ataque por nuestra condición femenina, pero es muy cándido pensar que los depredadores ya no existen. Educar a nuestras hijas en la prudencia y la desconfianza, aunque sea algo no deseable, puede salvarles la vida. Los tiempos cambian, pero más despacio de lo que queremos, y en algunos ámbitos seguimos siendo carne de cañón.
Mientras tanto, una líder política que se cree feminista ataca a otras líderes políticas que presumen de serlo. Y para ello, utiliza un hecho execrable lanzando un insulto y un mensaje oculto con tufillo a rancio. Es muy mezquino mezclar ese feminismo de red social –que todas sabemos que no tiene un trasfondo más allá del postureo– con el derecho de unas crías a volver a casa sanas y salvas, hayan bebido lo que hayan bebido.
Todas las feministas aportamos algo positivo para cambiar el mundo a mejor. Pero malcriadas son solo aquellas que no saben esgrimir argumentos propios y aprovechan la actualidad para embarrar a la opinión pública.