Claudio Martino
Lo he contado muchas veces y aun así no me canso. Tener la columna del viernes me convierte en la firma más afortunada de DDT porque puedo escribir la opinión vaquillera. Y es que no hay nada que me apasione más que la Vaquilla del Ángel; no sé si es por genética o porque nací en julio, el caso es que la primera vez que levanté los brazos fue al compás de una charanga, he sido peñista desde los 15 años y no me pongo delante del toro ensogado porque mi silla de ruedas tiene un reprís lento.
Lo que pasa es que todo llega y cuando se tiene una salud frágil, el retiro te alcanza más deprisa de lo deseable. Como hacen los deportistas de élite, anuncio mi derrota con lágrimas en los ojos: la Vaquilla ya no es para mí. Estoy razonablemente lejos de Teruel para no escuchar la música y así "no se me calentará el morrico", porque después lo paso muy mal. Me di cuenta el año pasado, cuando empecé a llorar sin razón aparente la tarde del domingo; el cuerpo me estaba lanzando un mensaje claro, hasta aquí hemos llegado.
Y me encontraba en la tesitura de tener que enfrentarme a estas líneas con tristeza cuando cayó en mis manos un libro que me ha reconectado con el verdadero espíritu que debe reinar en estos días. No puedo estar más agradecida a Chema López Juderías por haber escrito "La Vaquilla es nuestra" ya que, siendo de mi generación, me ha traído preciosos recuerdos de esos tiempos en los que me ponía el mundo por montera durante 56 horas. Es un libro subjetivo y caótico, como nuestras fiestas, en el que cabe la carcajada, la emoción e incluso el llanto, con algunos datos importantes y otros no tanto. Vamos, un fiel reflejo de lo que vivimos todos los que nos sumergimos en el evento turolense más importante del año.
Sin querer, vuelvo a vestirme con el ánimo vaquillero, lejos del bullicio pero cerca de los corazones de aquellos que mañana disfrutarán del desenfreno y el jolgorio. Y de los amigos, esos que, como Chema, te dan una palmada en el hombro cuando decae el ánimo, y te dicen aquello de "que nos quiten lo bailao".
Lo que pasa es que todo llega y cuando se tiene una salud frágil, el retiro te alcanza más deprisa de lo deseable. Como hacen los deportistas de élite, anuncio mi derrota con lágrimas en los ojos: la Vaquilla ya no es para mí. Estoy razonablemente lejos de Teruel para no escuchar la música y así "no se me calentará el morrico", porque después lo paso muy mal. Me di cuenta el año pasado, cuando empecé a llorar sin razón aparente la tarde del domingo; el cuerpo me estaba lanzando un mensaje claro, hasta aquí hemos llegado.
Y me encontraba en la tesitura de tener que enfrentarme a estas líneas con tristeza cuando cayó en mis manos un libro que me ha reconectado con el verdadero espíritu que debe reinar en estos días. No puedo estar más agradecida a Chema López Juderías por haber escrito "La Vaquilla es nuestra" ya que, siendo de mi generación, me ha traído preciosos recuerdos de esos tiempos en los que me ponía el mundo por montera durante 56 horas. Es un libro subjetivo y caótico, como nuestras fiestas, en el que cabe la carcajada, la emoción e incluso el llanto, con algunos datos importantes y otros no tanto. Vamos, un fiel reflejo de lo que vivimos todos los que nos sumergimos en el evento turolense más importante del año.
Sin querer, vuelvo a vestirme con el ánimo vaquillero, lejos del bullicio pero cerca de los corazones de aquellos que mañana disfrutarán del desenfreno y el jolgorio. Y de los amigos, esos que, como Chema, te dan una palmada en el hombro cuando decae el ánimo, y te dicen aquello de "que nos quiten lo bailao".