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Elena Gómez

Dicen que las revoluciones nacen cuando la sociedad está harta de ver cómo las clases dominantes o dirigentes se estancan y dejan de ver la realidad que las sostiene. En estos momentos son los políticos los que ostentan ese privilegio, y yo me pregunto por qué tarda tanto en producirse la sublevación a nivel mundial. De verdad, no sé qué más tenemos que ver para actuar. Durante la Revolución Francesa, la burguesía quería privilegios; en la Revolución Rusa, el pueblo quería comer. ¿Qué es lo que queremos nosotros? ¿Lo que nos dan es suficiente para no percibir que estamos liderados por incompetentes?

Lo que acaba de pasar en España es una muestra más de cómo se las gastan los políticos. Aprobar una ley impopular con subterfugios para conseguir los apoyos necesarios sin que nadie se dé cuenta es un acto miserable, sobre todo si se trata de un tema tan sensible a ojos de la sociedad como es el terrorismo de ETA. Pero dar ese apoyo, estando en contra del precepto, por no haber leído detenidamente el texto cuando había que hacerlo, es una torpeza imperdonable.

Y lo peor de todo es que no hay vuelta atrás, a no ser que se frene la tramitación en los próximos días. Una vez publicada la norma, los mecanismos legales empiezan a funcionar y, se derogue o no, los presos liberados antes de tiempo no volverán a la cárcel. ¿Se acuerdan de la ley del sí es sí? Pues lo mismo.

No me he postulo aquí a favor o en contra de las rebajas de condena. Tampoco sé si es una imposición europea o un pacto del Gobierno con sus aliados. Pero sí me declaro enemiga de una clase política que ha conseguido hacer de nuestra democracia un sainete surrealista y vergonzoso. En esta ocasión hemos sabido lo ocurrido porque los medios de comunicación han puesto el acento en ello, pero me queda la duda (o la certeza) de cuántas cosas que nos afectan en nuestro día a día se aprueban de esta forma, sin que los responsables del proceso legislativo sepan muy bien qué están haciendo.

Si les soy sincera, yo no puedo más. Se me han quitado las ganas de seguir votando.