No sé si es probable que exista un apagón general y prolongado en un breve lapso de tiempo o todo esto es cosa de un grupo de aficionados a la conspiración que disfrutan metiendo miedo a la población. A estas alturas de la película hemos visto casi de todo, por lo que no me atrevo a emitir un juicio apresurado sobre este tema.
Lo que sí he hecho en estos últimos días es elucubrar sobre la magnitud de semejante suceso, en el caso de que ocurriera. Creo que todos lo hemos hecho y hemos pensado en un escenario apocalíptico. Entramos en pánico solo con la posibilidad de no tener Internet, pero no somos conscientes de la dependencia que tenemos de la electricidad en nuestros días. Nos hemos acostumbrado tanto a estas comodidades invisibles que, el día que nos falten, nos convertiremos en seres desorientados y descarnados. Pero con este ejercicio de inferencia que nos ha llevado a agotar las existencias de los hornillos de gas, no hemos visto un poquito más allá.
Las personas enfermas y dependientes han conseguido un estatus bastante aceptable de calidad de vida e integración en el siglo XXI. Y todo se lo debemos a electricidad. Con la subida del precio de esta energía estamos empezando a conocer casos muy sangrantes de personas que dependen de un respirador y que no pueden pagar el elevado coste de dicho servicio. Asimismo, muchos de los tratamientos que se llevan a cabo en los hospitales y centros médicos necesitan electricidad.
Pero más allá de estas necesidades imperiosas, las personas como yo, con movilidad reducida y alta dependencia, vivimos mejor desde que algunos avances ortopédicos y domóticos han llegado a nuestros hogares. Yo me levanto cada día con una grúa de transferencia para que los que me ayudan no hagan tanto esfuerzo físico y yo no sufra ningún daño. Me siento en una silla de ruedas eléctrica que me da una gran autonomía personal. Además, tengo un equipo informático adaptado que me permite escribir con un programa de voz y las redes sociales me ayudan relacionarme con los demás.
Todos hemos imaginado qué sería de nosotros sin electricidad. Algunos sabemos que si llega el día del apagón, será el fin de nuestras vidas tal y como las conocemos ahora.