No es que no me crea nada de lo que se publica en los medios tradicionales o en las redes sociales. Pero tengo tendencia a poner en cuarentena muchas cosas, sobre todo las que están de moda. El tiempo me ha dado la razón en tantas ocasiones, que me doy miedo a mí misma.
Soy de las que piensan que a los grandes poderes del mundo, esos que no se ven porque sus tentáculos se diluyen en el sistema, les conviene tenernos idiotizados con temas cíclicos. Ahora mismo, por ejemplo, estamos muy asustados por el cambio climático. Este fenómeno existe, no me cabe la menor duda. Los científicos nos lo demuestran a diario y no hace falta ser demasiado observador para darse cuenta de ello, solo es necesario tener un poco de memoria. Sin embargo, no todo lo que ocurre tiene como única causa este problema. De hecho, algunas veces las políticas que se implementan para combatirlo son contraproducentes en el mismo sentido.
Del mismo modo, estoy viendo cosas extrañas en la subida de precios en España. No voy a entrar en lo que dicen que está provocando esta inflación tan atroz porque, aunque no me creo algunos argumentos, no soy economista para discutirlos con fundamento. Lo que sí veo extraño es que, eventualmente, la mayor subida se está dando en los alimentos que conforman la dieta mediterránea: la fruta, el aceite y el pescado. Lo de alrededor también está caro, pero menos.
Si recuerdan bien, los beneficios de la dieta mediterránea son exaltados no hace tanto tiempo. Es cierto que es la forma de comer en los países del sur de Europa desde siempre, en especial cuando se han tenido recursos para ello. Pero esta exacerbación nutricionista no es tan antigua. Ahora, todos estamos convencidos de lo conveniente de este tipo de viandas y no podemos prescindir de ellas. Y justo en este momento, los precios se disparan de forma incontrolada, haga lo que haga el Gobierno. ¿Será otro plan para mantenernos subyugados?
Como de costumbre, muchos me llamarán conspiranoica. Pero, como ya digo, el tiempo me dará la razón. O no.
Soy de las que piensan que a los grandes poderes del mundo, esos que no se ven porque sus tentáculos se diluyen en el sistema, les conviene tenernos idiotizados con temas cíclicos. Ahora mismo, por ejemplo, estamos muy asustados por el cambio climático. Este fenómeno existe, no me cabe la menor duda. Los científicos nos lo demuestran a diario y no hace falta ser demasiado observador para darse cuenta de ello, solo es necesario tener un poco de memoria. Sin embargo, no todo lo que ocurre tiene como única causa este problema. De hecho, algunas veces las políticas que se implementan para combatirlo son contraproducentes en el mismo sentido.
Del mismo modo, estoy viendo cosas extrañas en la subida de precios en España. No voy a entrar en lo que dicen que está provocando esta inflación tan atroz porque, aunque no me creo algunos argumentos, no soy economista para discutirlos con fundamento. Lo que sí veo extraño es que, eventualmente, la mayor subida se está dando en los alimentos que conforman la dieta mediterránea: la fruta, el aceite y el pescado. Lo de alrededor también está caro, pero menos.
Si recuerdan bien, los beneficios de la dieta mediterránea son exaltados no hace tanto tiempo. Es cierto que es la forma de comer en los países del sur de Europa desde siempre, en especial cuando se han tenido recursos para ello. Pero esta exacerbación nutricionista no es tan antigua. Ahora, todos estamos convencidos de lo conveniente de este tipo de viandas y no podemos prescindir de ellas. Y justo en este momento, los precios se disparan de forma incontrolada, haga lo que haga el Gobierno. ¿Será otro plan para mantenernos subyugados?
Como de costumbre, muchos me llamarán conspiranoica. Pero, como ya digo, el tiempo me dará la razón. O no.