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Lo que aquí parece intolerable, y no lo es, es que la investigación periodística, sea tendenciosa o no, nos pueda hacer saltar del sillón
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Elena Gómez

Estamos presenciando una época extraña. La verdad, desconozco si esta percepción de inseguridad y engaño constante la tuvieron nuestros antepasados en algún momento de la historia o es un rasgo característico de nuestro presente. Lo que sí sé es que mire donde mire, nada me resulta fiable. Y creo que le pasa a la mayoría de la gente.

El tema de la desinformación es muy complejo. Tenemos a nuestro alcance todo lo que ocurre al segundo. Hemos llenado la faz de la Tierra de objetivos y pantallas, y eso debería ser bueno. Pero esta capacidad de descubrir la realidad con nuestros ojos ha eliminado de nuestras mentes la visión periférica, es decir, damos por bueno lo que vemos entre los cuatro márgenes de nuestro móvil, sin capacidad de análisis del contexto subyacente. Vivimos y presenciamos todo demasiado deprisa, saltamos de un hecho a otro sin haberlo digerido de forma correcta y, al final, nos queda la sensación de estar viviendo una debacle, como si lo que pasara ahora no se hubiera dado jamás, dando paso a un desasosiego continuo.

Por otro lado, en contradicción con lo anterior, el creciente temor a las fake news - que han existido siempre - nos está empujando a aceptar los discursos contrarios a uno de nuestros derechos más fundamentales: la libertad de expresión y de prensa. Es cierto que creer sin filtro todo lo que nos llega es un peligro. Sin embargo, es más oscuro el pretendido control mediático por parte de gobiernos de diferentes signos políticos. Una noticia falsa puede cambiar el curso de la historia y aun así, la humanidad sigue avanzando. Pero lo que aquí parece intolerable, y no lo es, es que la investigación periodística, sea tendenciosa o no, nos pueda hacer saltar del sillón.

Coartar un derecho tan indispensable para la salud de la democracia no debería ser motivo de debate. Si alguien utiliza mal las herramientas a su disposición, siempre se puede recurrir a instancias judiciales, o a otras fuentes informativas. El poder establecido está jugando con fuego, y no se le pueden poner puertas al campo.