Con los años me he ido dando cuenta de que casi todos los sentimientos negativos que sufrimos a lo largo de la vida, tienen que ver con la decepción. Bajo mi punto de vista, es la sensación más destructora, aparte de la culpa, que podemos experimentar en nuestra conciencia. Y desde que nacemos, vivimos con ella.
Nos decepciona la providencia cuando se empeña en tirar por tierra nuestros planes, también los que nos traicionan, los que mienten, los que miran a otro lado y los que no cumplen sus promesas. Nos decepcionamos a nosotros mismos cuando no somos capaces de seguir adelante. Y nos decepcionan aquellos en los que confiamos para gobernar nuestros destinos.
Aprender a gestionar el sufrimiento y dolor que te produce una decepción, no es camino fácil. No soy experta en psicología, pero mi experiencia me ha enseñado que la mejor opción es soltar lastre. Dejar atrás lo que te ha hecho daño, sea un hecho o una persona. Mirar hacia adelante con la certeza de que no volverás a caer en la misma piedra. Y caerás, eso seguro, pero en diferentes ocasiones y siendo un poquito más sabio en cada una de ellas. La decepción forja nuestro carácter, nos enseña lo que no queremos en nuestras vidas y nos hace más fuertes ante futuras decisiones. Ya no daremos todo sin condiciones, no volveremos a votar a ciegas por unos ideales que no existen, no haremos favores a quienes no sean generosos… Los ejemplos son infinitos y casi todos hemos pasado por algunos de ellos.
Lo he dicho muchas veces, vivimos tiempos difíciles y el pesimismo impera a nuestro alrededor. En los últimos años hay muchas circunstancias y personas que nos han decepcionado, y esto no ha acabado. Por eso, estoy echando de menos un poco más de resistencia por parte de nuestra sociedad, estamos demasiado acostumbrados al sufrimiento. Debemos empezar a dejar atrás lo que nos perjudica, necesitamos un revulsivo, algo por lo que plantarnos ante las injusticias y las decisiones arbitrarias. Una puerta a la esperanza para tener un porvenir más digno. Pongámonos a ello. Ya.