La vida del artista siempre ha sido muy difícil, solamente unos pocos llegan a ser reconocidos de forma suficiente como para poder vivir de su actividad creativa. Pero, a pesar de las dificultades, se tiene la percepción de que los creadores de cultura reciben una remuneración por los trabajos que se les encarga. Aunque fuera poco, sería lo justo.
Sin embargo, al menos en el mundo literario, que es el que yo conozco, de un tiempo (bastante) a esta parte es habitual entre los autores noveles o poco conocidos, escribir textos por encargo de forma completamente gratuita por el afán de darse a conocer. Sin ir más lejos, yo llevo ya diez años intentando abrirme camino en esto y solo he percibido una pequeña gratificación en dos de los lugares en los que he publicado algo. Además, es habitual que se piense que estamos dispuestos todo el tiempo a escribir lo que sea y recibimos muchas propuestas que nada tienen que ver con nuestra actividad, y que siempre se presupone que haremos por amor al arte.
Aun así, trabajamos con ilusión y a veces se cumplen nuestros sueños. El mío, que era publicar un libro, se cumplió en 2020. Cuando una editorial se interesó por mi literatura, lloré durante horas pensando que por fin había llegado mi oportunidad. El libro vio la luz en plena pandemia y no ha sido fácil hacer promoción. A pesar de ello, estoy contenta con el resultado, se han vendido unos cuantos cientos de ejemplares. Pero, incluso en esta tesitura, los autores nos encontramos con múltiples problemas. Pocas editoriales cumplen con lo pactado y algunas, como la mía, ni siquiera se dignan a pagar lo poquito que nos corresponde o a dar los datos fidedignos de las ventas de nuestra obra.
Me veo en la situación de tener derechos de autor sobre 22 relatos, de los que no puedo hacer uso durante ocho años por el contrato firmado y por los cuales no estoy obteniendo ningún beneficio. Por fortuna, mi economía no depende de esto y nunca dejaré de sentirme artista. Aunque trabaje de gratis.