Soy muy fan de los clubes de lectura. He participado en varios y, desde hace cuatro años, dirijo como voluntaria uno en la Asociación Española Contra el Cáncer. Es para mí una actividad indispensable, me aporta tantas cosas buenas que espero que dure mucho tiempo. Y es que, en una época dominada por las pantallas y la inmediatez, los clubes de lectura son espacios esenciales para el diálogo, el aprendizaje y la conexión humana, ofreciendo múltiples beneficios tanto a nivel individual como colectivo.
La lectura compartida fomenta el pensamiento crítico. Discutir un libro con otras personas permite analizarlo desde diferentes perspectivas, enriqueciendo nuestra comprensión y generando nuevas reflexiones. Además, los clubes de lectura fortalecen la comunidad y crean lazos entre los participantes. El simple acto de reunirse a hablar sobre literatura promueve la escucha activa y el respeto por las opiniones ajenas.
Otro beneficio de este tipo de actividad es el impulso del hábito lector. Muchas personas desean leer más, pero les cuesta encontrar el tiempo o la motivación. Integrarse en un club de lectura brinda un compromiso que ayuda a cumplir este objetivo, y también introduce a los lectores a autores y géneros novedosos o desconocidos.
Asimismo, creo que lo más importante es el impacto emocional y terapéutico de la lectura en grupo. Los libros nos permiten explorar emociones, identificarnos con personajes y, en muchos casos, encontrar consuelo en palabras que reflejan nuestras propias experiencias. Compartir estas impresiones con otros puede ser profundamente sanador y generar un sentido de pertenencia.
Los clubes de lectura no son solo reuniones para hablar de libros, sino espacios de crecimiento intelectual y personal. Por eso le doy tanta importancia a la increíble oportunidad de dirigir este maravilloso grupo de personas valientes. Muchas veces, lo menos importante es el libro a comentar, sino el aprendizaje que nos llevamos después de cada reunión. Sin duda, este es un hábito que deberíamos fomentar y valorar.