Todos tenemos un sueño dorado que, a sabiendas de que es muy probable que no se cumpla nunca, nos hace soñar despiertos. El mío siempre fue tener una librería, pero no una cualquiera. Sé exactamente cómo estaría diseñada y en ella, aparte de vender libros, ofrecería bebidas, organizaría eventos literarios y dirigiría clubes de lectura para grandes y pequeños. Una quimera, incluso para esos quijotes que luchan por promover la cultura literaria en Teruel.
Cuando mi gran invalidez me confinó en casa, uno de mis mejores amigos me ofreció una actividad que me ha tenido inmersa en los libros durante casi 11 años. Si alguno de ustedes sigue las redes sociales de la librería Balmes, sepan que yo estoy detrás de ellas. Javier, su propietario, fue consciente hace mucho tiempo de lo que se venía encima en el mundo editorial, y me pidió que ofreciera las últimas novedades cada semana en diferentes espacios virtuales para ampliar el espectro de clientes y ofertar una venta online barata y cercana.
Sin embargo y por desgracia, sus esfuerzos y mi pequeña aportación no han sido suficientes. El domingo pasado tuvimos que anunciar el cierre definitivo de la librería en unas pocas semanas, ha sido imposible luchar contra esta sociedad cambiante que obtiene todo a golpe de clic en sus dispositivos y que ya no apuesta por el papel. A Javier le ha costado mucho tomar esta decisión, sabe que cierra un negocio histórico, abierto desde 1952. Pero cuando los ingresos son casi nulos y los gastos excesivos, no queda otro remedio.
La reacción social ha sido masiva, tanto en internet como en la calle. Muchos se han rasgado las vestiduras y les parece una tragedia que cierre una librería, pero pocos admitimos que la culpa es nuestra. El comercio online y la piratería son hechos están demasiado extendidos entre nosotros y no nos damos cuenta del daño que hacemos a los pequeños comercios y a la cultura.
Hoy tengo el corazón roto. Mi amigo se queda sin trabajo y Teruel, una vez más, verá cambiado su paisaje urbano. Qué feo se pone a veces el mundo.
Cuando mi gran invalidez me confinó en casa, uno de mis mejores amigos me ofreció una actividad que me ha tenido inmersa en los libros durante casi 11 años. Si alguno de ustedes sigue las redes sociales de la librería Balmes, sepan que yo estoy detrás de ellas. Javier, su propietario, fue consciente hace mucho tiempo de lo que se venía encima en el mundo editorial, y me pidió que ofreciera las últimas novedades cada semana en diferentes espacios virtuales para ampliar el espectro de clientes y ofertar una venta online barata y cercana.
Sin embargo y por desgracia, sus esfuerzos y mi pequeña aportación no han sido suficientes. El domingo pasado tuvimos que anunciar el cierre definitivo de la librería en unas pocas semanas, ha sido imposible luchar contra esta sociedad cambiante que obtiene todo a golpe de clic en sus dispositivos y que ya no apuesta por el papel. A Javier le ha costado mucho tomar esta decisión, sabe que cierra un negocio histórico, abierto desde 1952. Pero cuando los ingresos son casi nulos y los gastos excesivos, no queda otro remedio.
La reacción social ha sido masiva, tanto en internet como en la calle. Muchos se han rasgado las vestiduras y les parece una tragedia que cierre una librería, pero pocos admitimos que la culpa es nuestra. El comercio online y la piratería son hechos están demasiado extendidos entre nosotros y no nos damos cuenta del daño que hacemos a los pequeños comercios y a la cultura.
Hoy tengo el corazón roto. Mi amigo se queda sin trabajo y Teruel, una vez más, verá cambiado su paisaje urbano. Qué feo se pone a veces el mundo.