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Yo confieso Yo confieso
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Juanjo Francisco
Yo, que me he gastado una pasta en regalos y en loterías, confieso que estas navidades me han dejado un tanto insatisfecho. Salvo aquellos momentos de divertimento programado, han sido unos días ciertamente cansinos porque lo que antaño parecía un paréntesis vital entre tanta jauría social, esta vez no ha sido así. Confieso que he terminado harto de la polémica de la vaquita del Gran Prix y el Sagrado Corazón, de los mapas del tiempo que solo aventuraban solecitos por todos los lados, cuando por ley natural teníamos que tiritar y lanzarnos copos de nieve, y también de los procesos de elaboración de los roscones de reyes. Confieso entonces que, aún siendo un fiel seguidor de todo lo positivo y esperanzador que desde siempre me han transmitido estos días especiales, esta vez no me han cargado las pilas para afrontar el año de la famosa rimita.

Confieso que prefiero refugiarme en este 7 de enero en revivir sensaciones pasadas, cuando los guantes y el abrigo resguardaban el cuerpo y uno daba y recibia abrazos sinceros. Era pura armonía navideña caminar fijándote bien dónde ponías los pies para evitar las planchas de hielo y evitar así males mayores. A uno lo descoloca ahora tanta bonanza climática y el afán de la gente por aparentar que tiene frío e ir forrada de prendas que ya no necesita. Echo de menos los días en los que las consabidas felicitaciones eran de autor, pobres o ricas en recursos estilísticos, y no tanta estampita digital como las que ahora circulan por los móviles, ejemplo de pereza mental y también sentimental. Puro falsete, vamos. Y creo también que hasta han cambiado los rostros de fascinación de los más pequeñajos ante las cabalgatas multicolores, un tanto ahítos de estímulos visuales y sensoriales que les ofrece el mundo digital en el que se adentran cada vez a más temprana edad. Y como colofón a esta retahíla de decepciones está lo de las mesas de comedor: la furia desatada por reservar en el restaurante de turno para evitar así el trajín doméstico, tan frecuente en los tiempos de mi ideal navideño. Confieso entonces que me alivia el final de lo que antaño fue  una ilusión disfrutable.