Llega octubre y el ciclo de la vida en Teruel nos enfrenta a problemas añejos. La pasada semana hubo clamor popular ante el pasmo que produce no disponer de una asistencia sanitaria de garantías o, directamente, carecer de la misma.
Y, como siempre, cuando hay protestas y quejas, estas van aparejadas con el consabido reparto de culpas políticas. Ahora le está tocando al PP ser el blanco de las críticas como antes lo fue el PSOE. Y entretanto el problema persiste. No hace tanto que se desató una tormenta político-administrativa a raíz del contencioso planteado por una responsable de Otorrinolarigología del Polanco, que se quedó sola al frente del Servicio y cuya crisis terminó en los tribunales y en la marcha a Zaragoza de la citada doctora. Tras un tiempo de cierta placidez con motivo de la llegada de varios especialistas, ahora mismo se está reproduciendo la misma situación. Da igual el pelaje político de los responsables del gobierno autonómico, la carencia persiste y, aunque se produzcan declaraciones altisonantes, todo acaba en vaguedades porque lo realmente importante, la solución, no llega.
Así que, o nos acostumbramos a vivir en el alambre que supone la indefensión sanitaria o cambiamos nuestro lugar de residencia. Teruel no es un lugar atractivo para la profesión médica, eso es meridianamente claro, y sus pueblos menos aún. Que la Atención Primaria tiene déficit de profesionales es conocido por todos, pero incluso con eso corregido, dudo que se revirtiera el problema. Los modelos de vida cambian y el mundo rural, poesía aparte, no tiene gancho. Hay que admitirlo.
O gira la normativa para delimitar condiciones de trabajo de los profesionales a través de incentivos de todo tipo y condición o no hay más cera que la que arde. Creo que Teruel, a medio plazo, está abocada a prestar una mera atención ambulatoria de Zaragoza, eso sí, con hospital recién estrenado que hará funciones de un centro de salud más de los que existan al sur del barrio de Arco Sur.
Y, como siempre, cuando hay protestas y quejas, estas van aparejadas con el consabido reparto de culpas políticas. Ahora le está tocando al PP ser el blanco de las críticas como antes lo fue el PSOE. Y entretanto el problema persiste. No hace tanto que se desató una tormenta político-administrativa a raíz del contencioso planteado por una responsable de Otorrinolarigología del Polanco, que se quedó sola al frente del Servicio y cuya crisis terminó en los tribunales y en la marcha a Zaragoza de la citada doctora. Tras un tiempo de cierta placidez con motivo de la llegada de varios especialistas, ahora mismo se está reproduciendo la misma situación. Da igual el pelaje político de los responsables del gobierno autonómico, la carencia persiste y, aunque se produzcan declaraciones altisonantes, todo acaba en vaguedades porque lo realmente importante, la solución, no llega.
Así que, o nos acostumbramos a vivir en el alambre que supone la indefensión sanitaria o cambiamos nuestro lugar de residencia. Teruel no es un lugar atractivo para la profesión médica, eso es meridianamente claro, y sus pueblos menos aún. Que la Atención Primaria tiene déficit de profesionales es conocido por todos, pero incluso con eso corregido, dudo que se revirtiera el problema. Los modelos de vida cambian y el mundo rural, poesía aparte, no tiene gancho. Hay que admitirlo.
O gira la normativa para delimitar condiciones de trabajo de los profesionales a través de incentivos de todo tipo y condición o no hay más cera que la que arde. Creo que Teruel, a medio plazo, está abocada a prestar una mera atención ambulatoria de Zaragoza, eso sí, con hospital recién estrenado que hará funciones de un centro de salud más de los que existan al sur del barrio de Arco Sur.