E n plena época de ensalzamiento de las artes culinarias, el neófito mira la termomix (vulgar robot de cocina), con su vaso gris y todos sus accesorios bien dispuestos. Menú: costillas asadas con salsa chimichurri. El desafío: ingredientes, tiempo estimado de elaboración y patatín y patatán.
Con la sensación de tener todo controlado y de disponer de un tiempo prudencial para la tarea, el neófito se arranca. Separar por piezas el costillar, preparar la bandeja del horno, pelar las patatas, echar aceite al vaso, pelar cebollas, el ajo, pimentón y, oh sorpresa, cuatro hojas de laurel seco y una quinta de la que solo debo aprovechar el palo, ¡solo el palo!. Primer síntoma de, llámeslo impaciencia. Aceite de girasol, temperatura de cocción en el horno de las costillas, un buen viaje de vinagre en el vaso de la termomix...y dos huevos. ¿Dos huevos?, y ¿cómo son los huevos, crudos o duros?.
Hay que tomar la decisión porque el tiempo corre y ya hay cierta prisa. Primer calentón del sistema nervioso del cocinero. Más pasos. Deposite la mezcla resultante en un bol y espere, me guía el robot. Deposito y espero. Pimiento verde y rojo y más aceite, y más vinagre. Velocidad y tiempo de elaboración mecánica cumpliéndose. Las costillas aguardan en el horno a ser rehogadas con el resultado del primer bol. Y más pasos: deposite equis gramos de palmitos, ¡palmitos!. Pues no tengo. Paso siguiente y el reloj corre. Las patatas y lo que queda de los huevos, a otro bol para su uso posterior. Costillas rehogadas y horno a tropecientos grados -previa recomendación, claro-.
Vuelta al vaso: más huevos y más vinagre y los pimientos. Ruleta girada y a esperar. La encimera se asemeja a las trincheras de Verdún, pero todo sea por la victoria final, qué narices. Tiempo estimado para elaborar rozando el límite. Final. Contemplo el paisaje: tres boles con tres salsas, uno de ellos de dimensiones considerables. Y mosqueo profundo: ingredientes y proporciones estimadas para 45 costillas. En la bandeja hay 14. El dato, en el último guión.
Con la sensación de tener todo controlado y de disponer de un tiempo prudencial para la tarea, el neófito se arranca. Separar por piezas el costillar, preparar la bandeja del horno, pelar las patatas, echar aceite al vaso, pelar cebollas, el ajo, pimentón y, oh sorpresa, cuatro hojas de laurel seco y una quinta de la que solo debo aprovechar el palo, ¡solo el palo!. Primer síntoma de, llámeslo impaciencia. Aceite de girasol, temperatura de cocción en el horno de las costillas, un buen viaje de vinagre en el vaso de la termomix...y dos huevos. ¿Dos huevos?, y ¿cómo son los huevos, crudos o duros?.
Hay que tomar la decisión porque el tiempo corre y ya hay cierta prisa. Primer calentón del sistema nervioso del cocinero. Más pasos. Deposite la mezcla resultante en un bol y espere, me guía el robot. Deposito y espero. Pimiento verde y rojo y más aceite, y más vinagre. Velocidad y tiempo de elaboración mecánica cumpliéndose. Las costillas aguardan en el horno a ser rehogadas con el resultado del primer bol. Y más pasos: deposite equis gramos de palmitos, ¡palmitos!. Pues no tengo. Paso siguiente y el reloj corre. Las patatas y lo que queda de los huevos, a otro bol para su uso posterior. Costillas rehogadas y horno a tropecientos grados -previa recomendación, claro-.
Vuelta al vaso: más huevos y más vinagre y los pimientos. Ruleta girada y a esperar. La encimera se asemeja a las trincheras de Verdún, pero todo sea por la victoria final, qué narices. Tiempo estimado para elaborar rozando el límite. Final. Contemplo el paisaje: tres boles con tres salsas, uno de ellos de dimensiones considerables. Y mosqueo profundo: ingredientes y proporciones estimadas para 45 costillas. En la bandeja hay 14. El dato, en el último guión.