ALuisito, un verdadero tallo de tío, jamás le preocupó tener que recuperar una asignatura. La sola posibilidad estaba proscrita por mandato paterno y también por el materno que, aunque en segunda fila, siempre se apuntaba a eso de la presión mental a la hora de comer, justo cuando llegaban esas lentejas con arroz que tanto le gustan. Pasar de curso era un trámite cuya alternativa era el abismo. Y a eso se aplicó.
Con todos los cursos cumplidos llegó luego el peldaño del acceso al mercado laboral y vaya que si lo subió, a toda leche, vamos. Con el objetivo cumplido y a una edad lo suficientemente tierna como para abarcar cualquier horizonte, el padre y la madre dejaron de servirle las lentejas con arroz para ofrecerle casi un menú a la carta.
Con mucho camino ya recorrido, ahora Luisito ha sido víctima de la espiral de jubilaciones anticipadas que se vive en las grandes corporaciones a donde llegó gracias a una machacona determinación masticada desde los 16 años, cuando los sábados por la tarde eran dedicados a resolver ecuaciones mientras muchos amigos ligoteaban en los baretos. Está ojiplático ante el frenazo profesional y también vital que le ha traído el presente, justo en el momento en el que saboreaba la victoria.
La caraja en la que vive se ha visto aderezada recientemente con unas declaraciones de la ministra de Educación, Pilar Alegría, en las que venía a decir, más o menos, que a los jóvenes hay que educarlos para el mundo que llega, no el que deja de existir. Se pregunta Luisito qué diablos quiere decir eso. Y sigue leyendo a Alegría para descubrir que en ese futuro próximo “pasar de curso dejará de depender solo del número de materia suspensas” porque lo importante es reflexionar sobre qué se aprende, cómo se aprende y para qué se aprende.
Y, claro, a Luisito le gustaría que su padre, y también su madre -autora de unas magníficas lentejas con arroz- se hubieran apropiado de estos conceptos filosófico-docentes hace unos cuantos años. Qué adolescencia y juventud tan distintas hubiera tenido, regurgita. Pero, de entre tanto batiburrillo, lo que a Luisito le preocupa realmente es cómo diablos va a afontar ese otro tallo veinteañero que tiene por hijo la “preparación para el futuro que llega”.