Cero preocupación, cero. Así se refirió hace poco el ministro Bolaños a la postura de la Comisión Europea sobre la ley de amnistía que prepara el Gobierno de Sánchez. La expresión, coloquial y muy de redes sociales, es ciertamente chulesca, así me suena a mí al menos, porque hay otras maneras de expresarse para decir lo mismo sin nigún tono tan desafiante. Traigo a colación esta nimiedad para ejemplarizar el ambientazo que vive la política española, donde las palabras son puro dardo. Se ha terminado con eso que, visto lo visto, parece un tanto vintage, de las buenas formas. Se empieza por el cero preocupación y se acaba vaticinando que el enemigo político puede acabar colgado por los pies en una plaza pública. De por medio, pues lo de me gusta la fruta, lo de mongola o la carcajada macarra en pleno parlamento.
Hace tan solo unos años me sorprendían los follones que se preparaban en el parlamento italiano, el derroche de gestualidad o el griterío infame, y pensaba que aquí, afortunadamente, aunque latinos, estábamos hechos de otra pasta. Ja.
Y no sé si fue primero el huevo o la gallina. A saber: si Sánchez, un personaje ciertamente irritante, ha traído este microclima o simplemente ha sido al revés, que el microclima ha desembocado en esta furia verbal que cada día nos depara más barbaridades.
Y así vivimos, en medio de la marea diálectica que los tertulianos televisivos y las empresas de comunicación, más polarizada que nunca, contribuyen a solidificar porque da más juego condenar las exageraciones verbales que hablar de lo que realmente importa. la vida real. No es normal que en vísperas, por ejemplo, de que la ley de amnistía llegue al parlamento, se gaste más tiempo en recalcar las majaderías que Abascal suelta en Argentina que lo que va a suponer la aplicación de esa polémica norma.
Lo peor, no obstante, es que este batiburrillo solo contribuye a que el cabreo vaya en aumento y se generalice y que la política, salvo alguna excepción, se aleje de la razón y se aloje en las tripas de cada votante.