Hace nada se presentó en Madrid el primer mapa nacional de medios de comunicación de carácter local en un acto amparado por Teresa Ribera, vicepresidenta del Gobierno. El trabajo ha sido elaborado por la Cátedra de Reto Demográfico y Despoblación de Next Educación y recoge todos los medios que funcionan en las zonas rurales del país, según rezaba la nota de prensa de presentación del estudio.
No me gusta abordar los temas corporativos como argumento opiniativo, pero hace ya unos cuantos años que me ronda por la cabeza el concepto este de periodismo rural que tanto se utiliza en ambitos de esta profesión con la intención de que cale bien en los hipotéticos consumidores de información. Con ánimo generalizador se pretende etiquetar como rural aquella información que nace y se desarrolla en núcleos de población escasa como si su elaboración exigiera una parámetros distintos a los trabajos hechos en las grandes urbes, algo con lo que no estoy en absoluto de acuerdo.
Habla, en este caso escribe, alguien que se ha pasado más de 35 años trabajando en ese periodismo rural al que ahora se le pretende revestir de características propias y diferenciadoras y, desde mi punto de vista, alejadas del concepto de periodismo puro y duro. Trabajar la información exige una metodología, un protocolo, que poco tiene que ver con el lugar de dónde se extraen los datos. En mi etapa de formación se me inculcó el respeto por el rigor, por la amplitud de miras, por la necesidad de contrastar las fuentes y por ser lo más honesto posible. Por todo lo anterior, el mapa en cuestión, más allá de una mero recuento de cabeceras, no me descubre nada nuevo bajo el sol. Al llamado periodismo rural solo lo entiendo como un espacio físico de cobertura informativa, no como un género en sí mismo que reviste peculiaridades propias. La información local, o rural como ahora se quiere acuñar, requiere el mismo profesionalismo que la que no lo es. Lo demás son trapantojos.