Imagen de Freepick
Miro algunas cajas que tengo apiladas justo detrás de mi mesa y me siento un Neruda de la vida porque en ellas podría reflejarse claramente el Confieso que he vivido que escribió el poeta chileno. En esas cajas que pronto acogerán múltiples útiles que han pululado a mi alrededor a lo largo de algunos años hay libretas, muchas agendas, de esas que llevan un día por página y en las que, tontín tonteando, se resumen buena parte de las informaciones publicadas en este periódico en varias décadas.
Se apilarán esas agendas que tanta fascinación han causado a algún compañero y amigo que me ha acompañado durante muchos años en esta redacción, junto a viejas fotografías, captadas en algún que otro día señalado o sin motivo concreto más allá del instante captado al albur.
Habrá también figuritas, un trenecito con dos vagones y alguna que otra carpeta con testimonios de mis manías futboleras.
Miro las cajas con respeto, lo reconozco. Aguardan su momento, ese en el que serán depositarias de todos los materiales que atestiguan que estuve aquí y que ahora tendrán que iniciar un itinerario distinto hacia otro lugar.
Miro las cajas y no puedo evitar acordarme de esas películas tan norteamericanas ellas en las que el ejecutivo de turno empaqueta en un plis plas sus enseres tras ser despedido o haber tomado la decisión de pirarse a un destino profesional mucho mejor remunerado.
No habrá nada peliculero, sin embargo, cuando yo tenga que ponerme manos a la obra, pero tampoco será emocionalmente fácil realizar la tarea; no estaré aireado como muchos de esos empleados y tampoco hundido, como aquellos que sufren un despido en el celuloide. Estaré ciertamente aliviado y seguramente tendré un momento para hacer recuento de las cicatrices sufridas en esta trinchera y dejarlas después, y poco a poco, en el pozo del olvido. Cual marinero que arriba a puerto, preparo ya mi petate, me aliso el pelo, sujeto mi gorro y abrocho mi camisa para descender por la escalerilla que va a ser tendida.
—————————————————————————————————————————————————————————-
Se apilarán esas agendas que tanta fascinación han causado a algún compañero y amigo que me ha acompañado durante muchos años en esta redacción, junto a viejas fotografías, captadas en algún que otro día señalado o sin motivo concreto más allá del instante captado al albur.
Habrá también figuritas, un trenecito con dos vagones y alguna que otra carpeta con testimonios de mis manías futboleras.
Miro las cajas con respeto, lo reconozco. Aguardan su momento, ese en el que serán depositarias de todos los materiales que atestiguan que estuve aquí y que ahora tendrán que iniciar un itinerario distinto hacia otro lugar.
Miro las cajas y no puedo evitar acordarme de esas películas tan norteamericanas ellas en las que el ejecutivo de turno empaqueta en un plis plas sus enseres tras ser despedido o haber tomado la decisión de pirarse a un destino profesional mucho mejor remunerado.
No habrá nada peliculero, sin embargo, cuando yo tenga que ponerme manos a la obra, pero tampoco será emocionalmente fácil realizar la tarea; no estaré aireado como muchos de esos empleados y tampoco hundido, como aquellos que sufren un despido en el celuloide. Estaré ciertamente aliviado y seguramente tendré un momento para hacer recuento de las cicatrices sufridas en esta trinchera y dejarlas después, y poco a poco, en el pozo del olvido. Cual marinero que arriba a puerto, preparo ya mi petate, me aliso el pelo, sujeto mi gorro y abrocho mi camisa para descender por la escalerilla que va a ser tendida.
—————————————————————————————————————————————————————————-