El calendario nos acerca poquito a poquito a los tiempos en los que habrá nuevas citas electorales y los partidos políticos ya trabajan en los procesos preparatorios de semejante acontecimiento. En mayo habrá que pasar por las urnas en Aragón y, más allá del frenesí nacional que habrá que aguantar al menos un año más para que desagüe, podrá constatarse si la fragmentación política en la que ha vivido esta tierra durante los últimos cuatro años se repetirá, se acrecentará o se aminorará, sin que llegue a desaparecer, claro, y ello, al contrario de lo que pasa en otros lugares, en lugar de ser un problema será una ventaja para el poder establecido.
No se han conocido todavía, vía publicación de encuestas, las grandes líneas maestras del paisaje político aragonés a partir de mediados del año próximo, pero hay un pálpito, hasta cierto punto morboso, de un posible cambio de turno en las instituciones más representativas, algo que veo francamente difícil.
Echando la vista atrás y habiendo padecido una pandemia de dimensiones nunca vistas, la gestión pública en Aragón, así, a grandes rasgos, no ha salido del todo mal parada. Si bien hay puntos frágiles, porque siempre los hay, la dirección de la política más cercana creo que salva holgadamente los muebles gracias, fundamentalmente, a una fuente de recursos financieros, con fondos de todas las procedencias, que tampoco se había conocido.
Esa premisa va a servir de recio escudo para todos aquellos que pretendan revertir el statu quo porque, cuando se maneja el presupuesto, sus gestores aprovecharán al máximo su habilitación. Las alternativas que no estén avaladas por una gestión examinable, léase ayuntamientos, van a tener que hilar muy fino a la hora de lanzar propuestas. Y, esa secular fragmentación política que luce desde siempre el Aragón democrático también favorece el mantenimiento de lo que ya existe, visto lo visto con el cuatripartito. Si las nuevas siglas que aparecerán no desequilibran la balanza actual, todo tendrá un tinte parecido al de ahora.
puede haberla, convulsiona toda la estructura política o, con más o menos ajustes, todo seguirá igual.