Ni los viajes del emérito desde el puerto de Sanxenxo al domicilio de un íntimo amigo y viceversa durante el viernes, sábado y domingo últimos con toda la parafernalia mediática detrás, han podido enturbiar el gran bombazo periodístico del fin de semana: la decisión de Kylian Mbappé de quedarse en el Paris Saint Germain, desechando con ello la posibilidad de fichar por el Real Madrid. Ni siquiera los no futboleros habrán podido sustraerse a semejante notición.
Un chico de 23 años que juega de maravilla ha tomado una decisión que ha convulsionado a millones de corazones tocados por la pasión del fútbol, una patología que genera miles de millones de negocio. El chaval ya pertenece a ese Olimpo imaginario donde habitan los héroes/villanos, capaces de cambiar estados de ánimo de las multitudes, un ídolo global. Todo esto, por lo demás, tiene una cuantificación económica que escapa a la razón y que convierte al protagonista en un elegido.
Cuando se dan casos como el del futbolista francés, un tema en el que han intervenido jeques de Catar y hasta el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, donde se han puesto en solfa conceptos tan importantes como el honor o la traición humanas, todo se desborda y casi es mejor pasar de soslayo por el asunto porque intentar entenderlo no conduce a nada.
Es más entretenido mirar el asunto desde un punto de vista de mero curioso y observar el circo que se monta alrededor de un gran jugador de fútbol, las broncas periodísticas y las demostraciones de vanidad humana que se derrochan alrededor de casos como este.
Lo de Kylian Mbappé, por lo demás, invita también a retroalimentar y estimular ese instinto paternal o maternal que lleva a echarle un vistazo a ese enano que tenemos en casa y que ya ha tirado tres veces a balonazo limpio el magnífico cuadro de Pepe Cerdá que cuelga de la pared del salón.