De la incredulidad al asombro pasando por la estupefacción final. Así se quedaron los ánimos de muchos turolenses cuando fue avanzando la mañana del domingo, desesperezándose de la vorágine taurina de todo el sábado con su noche de copas y discómovil incluidas. Las imágenes del tremendo destrozo del Torico fueron pronto acompañadas de los típicos memes del personal más graciosete, que nunca falta en este tipo de incidentes que calan en la gente.
Un largo domingo sirvió para decir, desdecirse, enfadarse y sumirse en un hecho fatal que tiene que traer consecuencias. Está claro que Teruel es una ciudad ya muy apegada a sus tradiciones, que sintió renovada esa tendencia cuando a mediados de los noventa descubrió el mensaje tribal que encerraban Las Bodas. Desde entonces y paso a paso se va inculcando a los que van creciendo que hay que cuidar y defender lo más valioso que se tiene: la tradición y las costumbres.
En esta tendencia, no obstante, hay que tener mucho cuidado en medir las proporciones de todo; está claro que puestos a ir de fiesta, Teruel no se queda atrás y en ello se implican también las instituciones, pero deben medir muy mucho los pasos a dar: para muestra, lo del Torico. Espero que a partir de ahora se tenga ya más cuidado con qué, con quiénes y para qué se hace uso del símbolo de los símbolos de la ciudad porque, si se quieren ensalzar y promover su respeto, no se pueden considerar objeto de uso cotidiano.
Si el accidente del domingo sienta precedente para un cambio de normas y actitudes, el tiempo lo dirá, y si lo ocurrido es una muestra de cierta displicencia técnica a la hora de maniobrar con objetos y cosas adosasas a la columna, también se tiene que saber para no repetir en el error. Lo que acaba de pasar en el corazón de la ciudad tiene que servir para abrir los ojos a gestores públicos y a ciudadanos sobre el gran valor sentimental que guardan las señas identitarias. Su preservación significa civilización, que no necesariamente está reñida con la fiesta.
Un largo domingo sirvió para decir, desdecirse, enfadarse y sumirse en un hecho fatal que tiene que traer consecuencias. Está claro que Teruel es una ciudad ya muy apegada a sus tradiciones, que sintió renovada esa tendencia cuando a mediados de los noventa descubrió el mensaje tribal que encerraban Las Bodas. Desde entonces y paso a paso se va inculcando a los que van creciendo que hay que cuidar y defender lo más valioso que se tiene: la tradición y las costumbres.
En esta tendencia, no obstante, hay que tener mucho cuidado en medir las proporciones de todo; está claro que puestos a ir de fiesta, Teruel no se queda atrás y en ello se implican también las instituciones, pero deben medir muy mucho los pasos a dar: para muestra, lo del Torico. Espero que a partir de ahora se tenga ya más cuidado con qué, con quiénes y para qué se hace uso del símbolo de los símbolos de la ciudad porque, si se quieren ensalzar y promover su respeto, no se pueden considerar objeto de uso cotidiano.
Si el accidente del domingo sienta precedente para un cambio de normas y actitudes, el tiempo lo dirá, y si lo ocurrido es una muestra de cierta displicencia técnica a la hora de maniobrar con objetos y cosas adosasas a la columna, también se tiene que saber para no repetir en el error. Lo que acaba de pasar en el corazón de la ciudad tiene que servir para abrir los ojos a gestores públicos y a ciudadanos sobre el gran valor sentimental que guardan las señas identitarias. Su preservación significa civilización, que no necesariamente está reñida con la fiesta.