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Choca un poco la repentina escandalera que se ha preparado a cuenta de lo que cuentan, valga la redundancia, los medios de comunicación. Y todo porque el líder del PSOE que preside el Gobierno de España se ha dado cuenta de que no todo es trigo limpio en el universo comunicativo. A buenas horas, mangas verdes.
Hace ya mucho tiempo que los periodistas, sea cual sea su medio o condición, conviven con el barrillo. En el cine de los años 40 y ya para siempre, quedó acuñado aquello de la canallesca a la hora de definir coloquialmente a los chicos y chicas de la prensa. Bien, pues esa gente sobre la que ahora se lanzan sospechas ha tenido que bregar siempre con eso, con la sospecha. Va implícito en el oficio. De uno sospechan desde el momento que empieza a trabajar y su labor servirá de móvil para cualquier acusación, fundada y sin fundamento. Si los políticos previenen sobre los periodistas no debe resultar extraño porque en las facultades enseñan a estos a tener espíritu crítico, curiosidad y capacidad de análisis, cualidades que no siempre son admitidas de buen grado por los administradores de lo público. Y hasta aquí, la teoría convencional.
Ahora, cuando se lanzan las alertas, el mundo de la información y el de la política, como antes también, viven entremezclados, pero de una manera, digamos tóxica, palabrita muy común en estos tiempo, porque hace ya quince años que las empresas informativas que conocíamos han sufrido una debacle inmensa y el personal, el que ha quedado, está sometido a unas condiciones laborales ciertamente duras, con salarios recortados y contratos endebles que trituran la dignidad profesional, con todo lo que ello significa.
Aún así y pese a todo lo escrito con anterioridad, den por seguro amables lectores que la buena información, la información potable, sigue ahí, pero exige cierto esfuerzo de desbroce entre tanto matojo digital que se atribuye cualidades que no tiene porque el periodismo no consiste solo en escuchar, leer o ver lo que uno desea.
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Hace ya mucho tiempo que los periodistas, sea cual sea su medio o condición, conviven con el barrillo. En el cine de los años 40 y ya para siempre, quedó acuñado aquello de la canallesca a la hora de definir coloquialmente a los chicos y chicas de la prensa. Bien, pues esa gente sobre la que ahora se lanzan sospechas ha tenido que bregar siempre con eso, con la sospecha. Va implícito en el oficio. De uno sospechan desde el momento que empieza a trabajar y su labor servirá de móvil para cualquier acusación, fundada y sin fundamento. Si los políticos previenen sobre los periodistas no debe resultar extraño porque en las facultades enseñan a estos a tener espíritu crítico, curiosidad y capacidad de análisis, cualidades que no siempre son admitidas de buen grado por los administradores de lo público. Y hasta aquí, la teoría convencional.
Ahora, cuando se lanzan las alertas, el mundo de la información y el de la política, como antes también, viven entremezclados, pero de una manera, digamos tóxica, palabrita muy común en estos tiempo, porque hace ya quince años que las empresas informativas que conocíamos han sufrido una debacle inmensa y el personal, el que ha quedado, está sometido a unas condiciones laborales ciertamente duras, con salarios recortados y contratos endebles que trituran la dignidad profesional, con todo lo que ello significa.
Aún así y pese a todo lo escrito con anterioridad, den por seguro amables lectores que la buena información, la información potable, sigue ahí, pero exige cierto esfuerzo de desbroce entre tanto matojo digital que se atribuye cualidades que no tiene porque el periodismo no consiste solo en escuchar, leer o ver lo que uno desea.
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