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Madrastras

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Ana I. Gracia

Las madrastras no son las madres de los hijos de sus parejas, pero hay algo que los chavales olvidan: ella ni te engendró ni te deseó, pero, dadas las circunstancias, su máxima obsesión es sumar, casi nunca restar, en la nueva ecuación familiar que se ha levantado.

La culpas porque tienes celos del tiempo que pasa con tu padre, y te esfuerzas por hacerle sentir que sobra, que está de más, que no hay espacio entre padre e hijo para una nueva pareja. Lo que tú no sabes es que ella no quiere tu reconocimiento, simplemente busca su lugar en esta nueva familia.

Nunca has agradecido que sea la persona que hace feliz a tu padre. Aunque te cuide, aunque se implique, le haces creer que no es nadie para ti.

El club de las madrastras son una legión de mujeres cuyo único pecado que han cometido en la vida es haberse enamorado del padre de una o varias criaturas que, en ocasiones, pueden encarnar al mismísimo diablo y hacerles pagar caro semejante atrevimiento.

Los hijastros suelen ser seres ingratos que se valen de su posición para usar a la madrastra y castigarla por el único hecho de ser la nueva pareja de su padre. ¿Qué culpa tendrá ella de que ese matrimonio se rompiera?

Las madrastras casi siempre son las otras: las que viven permanentemente juzgadas, las que se ven arrastradas a pagar unas deudas que nunca contrajeron. Son las que tienen que ganarse a pulso un rol que no buscaron e indiscutiblemente todas son más feas que las madres de sus hijastros, ¿quién podría dudarlo?  La humillación llega a tal extremo, que hasta la Real Academia de la Lengua les dedica una denominación prejuiciosa, estereotipada: “Madre que trata mal a sus hijos”. El término masculinizado, padrastro, no arrastra, ni de lejos, la connotación tan negativa que soportan ellas sobre sus espaldas.

En los Premios Goya del año pasado, se me erizo la piel al escuchar al hijo de Antonio Saura agradeciendo a las cuatro mujeres de la vida de su padre todo lo que hicieron por él en vida. Sobre Eulalia Ramón, la viuda del dilfunto padre, dijo textualmente: “Esta maravillosa mujer que tengo a mi lado ha sido su compañera de vida durante 30 años. Le ha cuidado, le ha ayudado a hacer el viaje hacia el minimalismo.

También le ha dado otra mujer maravillosa, mi hermana Anna Saura. Quiero reivindicar a las mujeres que han estado y han hecho a mi padre la persona que es". Es el elogio más bonito que he escuchado sobre las madrastras.

El miércoles es el Día Internacional de las Familias y yo hoy vengo aquí a reivindicar y defender el papelón que, en muchas ocasiones, ejercen las mujeres con parejas que tienen hijos.

En honor a la verdad diré que el ‘efecto Cenicienta’ (la madre es buena, la madrastra es mala) se va diluyendo con el peso y el paso del tiempo y que a este papel, históricamente denostado, poco a poco se le va sacando brillo.

Es cierto que, afortunadamente, al igual que el hijo de Antonio Saura, cada vez son más los hijastros que miran a las mujeres de sus padres con unos ojos limpios, con amor, gratitud y agradecimiento. Niños y jóvenes que crecen viendo cómo la mujer de su padre no se ha instalado en sus vidas para usurpar y ejercer el papel de madre, sino que trabaja con esmero para que la convivencia sea lo más llevadera posible y mantienen una relación realmente afectiva, bonita, edificante.

Cenicienta hizo mucho por perpetuar la peor acepción del término, pero la moraleja hoy es clara: ni ellas son las malas del cuento ni todos los chavales se ceban con sus respectivas madrastras.

No es ningún drama tener una madrastra o un hijastro, el trauma es que te rechace, que no te quiera. Lo más importante es que haya respeto y cariño, sobre todo respeto, porque la familia y un hogar debe ser un lugar de refugio, de bienestar. Si no estamos bien en nuestra propia casa, ¿dónde vamos a estar cómodos?