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EFE

Luis Enrique

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Ana I. Gracia
“¿Me puedo considerar desgraciado o afortunado? Yo me considero un afortunado. Mi hija vino a vivir con nosotros nueve años maravillosos. Tenemos vídeos y fotos con ella de mil momentos increíbles. Mi madre no podía tener fotos de Xana, hasta que llegué a casa y le dije que por qué no las tenía. Tienes que poner a Xana, mamá, porque ella está viva. En el plano físico no está, pero, en el espiritual, sí, porque cada día hablamos de ella, la recordamos. Yo pienso que Xana nos ve. ¿Cómo quiero que Xana piense que vivimos esto?”.

Habré escuchado una decena de veces los setenta segundos que dura la promoción que ha lanzado Movistar Plus sobre la vida del entrenador Luis Enrique. Se ha abierto el pecho en canal el exfutbolista para lanzar un impagable mensaje sobre cómo se afronta la pérdida de una hija de nueve años, muerta tras enfermar de un cáncer de huesos.

Se nota el enorme trabajo que este hombre ha hecho en los últimos cinco años, el tiempo que transcurre desde que su hija murió, para entender algo de cómo debe de ser la vida después de que se te muera un descendiente.

Luis Enrique muestra ser un ser humano que ama y acepta lo que el destino le tiene reservado, incluso cuando es una tragedia de este calibre. Aceptar que tu hija se va no significa que uno esté de acuerdo. Es entender que el dolor, que la pérdida, forman parte de la vida, como la alegría. Como la felicidad.

El entrenador apostó por no se encararse ante la cruda realidad, sino que la miró de frente y la encajó como pudo. Luis Enrique nunca escondió ante el mundo su tristeza, sino que transitó por ella con calma. En todas las entrevistas que ha hecho desde la partida de Xana, ha reflexionado sobre su dolor, pero no lo ha aliñado nunca con demasiado drama.

¡Bravo! Grité al acabar de ver el spot. Vaya lección de vida en poco más de un minuto. El vídeo, que me supo a poquísimo, enseña a un hombre que, pese a las circunstancias, sigue siendo feliz. Se ve a un Luis Enrique huérfano de hija sereno, y la serenidad no significa que no sienta nada, ¡al contrario! Ese aplomo, esa entereza, es sinónimo de que maneja lo que siente, pero con una dignidad sobrehumana. La tranquilidad y la serenidad que comparte con los espectadores nos enseña otra lección: que la paz se encuentra dentro de uno, nunca fuera.

Como solo saben los padres que han enterrado a un descendiente, Luis Enrique se viste desde entonces con una capa de fortaleza que traspasa la barrera de lo físico. El duelo no lo hundió, sino que consiguió salir adelante y volver a ser relativamente feliz. Otra lección que nos deja: la verdadera fuerza no es no caerse cuando la vida te tumba, sino levantarse una mañana, y la siguiente también.

Luis Enrique nos ha demostrado que el dolor te hace más resiliente y puede enseñar a ser mejores, más fuertes, más humanos. La parte que más me ha tocado el corazón es verle agradecido con la vida, a pesar de tanto. Y, pese al infinito e indescriptible dolor que debe sentir, se muestra agradecido por los momentos que vivió con su hija. No ha permitido que el dolor eclipse todo lo bueno que hubo. Y ahí es cuando pienso que el agradecimiento es un acto de amor que es capaz de iluminar hasta los momentos más oscuros.

Me quedo con el legado que le dejó su hija, que la usa como escudo, como estandarte. Es el aire que le llena los pulmones cada día.

Luis Enrique recuerda de un plumazo lo urgente y lo importante que es vivir el presente porque la vida se va, no viene. En vez de quedarse atrapado en el bucle del por qué le ha atravesado una tragedia de esta envergadura, eligió seguir viviendo el presente, el hoy, el ahora. Impacta escuchar de su boca que cada día es un regalo que hay que aprovechar después de lo que ha sufrido. Así que no dejen para mañana… absolutamente nada. Anótenlo.