Su padre es ese hombre que casi nunca está en casa, el que llega siempre muy tarde, cuando ella está dormida o cuando se lo hace, tapada hasta la cabeza, al escuchar el portazo que siempre da.
Su padre es ese señor que consigue el dinero y por eso tienen que aguantarle los pies en la mesa, acercarle el trago cuando lo pide, tragarse el humo de sus cigarros aunque se acuesten con ese hedor metido en el pijama.
Su padre trabaja tanto, tantísimo, que siempre está cansado, que siempre está enfadado. Es ese señor al que no se le puede molestar o le suelta una hostia de las que te cruzan la cara.
Su madre dice que las personas como su padre se visten de dentro afuera, de modo que, cada día, al levantarse, se colocan las ideas y sobre las ideas las vísceras y sobre las vísceras los músculos. Ella tardó tiempo en entenderlo.
Su padre es el que abona las facturas del colegio y por eso dice que debe darle siempre las gracias. “Qué serías tú sin mí, consentida y maleducada”. Es el que paga el piso en el que viven y las chuches, y la comida, y las bragas. Es el que ha comprado ese coche carísimo que, todos los agostos, les acerca hasta la playa.
Su padre es ese tiarrón elegante que sale de casa todos los días con un traje limpio y planchado y siempre lo devuelve pisoteado, hecho un ovillo en el suelo, al lado de la cama. “Para que hagas algo durante todo el día”, machaca, dando un sorbo al café que mamá le prepara.
Su padre no piensa nada más que en su trabajo y es de los que se lleva el trabajo a casa. Es el que grita en la mesa cuando están a solas y el que se transforma en otro cuando las mezcla con unos hombres fantasma que solo ven en esas fiestas a las que las lleva porque no está bien visto dejarlas en casa.
Su padre es ese señor que se olvida de que hoy es su cumpleaños porque tiene muchas cosas en la cabeza y el que resuelve la distracción tirándole veinte euros encima de la cama. “Para cualquier chuminada”. Es el que nunca llega a las actuaciones de Navidad del colegio ni le cuenta cuentos en la cama. Él bastante hace, que todo lo paga.
Su padre es ese directivo tan listo que consiguió un contrato millonario para su empresa, y por eso le felicitaban y le entrevistaban. Es el mismo hombre que nunca le explicó las matemáticas ni la esperó jamás después de gimnasia.
Su padre es ese ser con el que conviven pero que no pregunta por nada. El que no recoge la mesa y el que se queja de lo que haya de cena, sea sopa o tortilla de patata. El que dice que no hay dinero para psicólogos, que lo que la niña tiene es mucha tontería.
Su padre es ese padre que todavía no conoce a Amalia ni a Joana, sus mejores amigas de Primaria. Ellas le preguntan en el recreo si es alto y si es astronauta, por aquello de que si no lo ven debe vivir más allá de Marte.
Ella escuchó en una película de mayores que el alimento preferido de la mezquindad es el miedo, y sabía que su padre se alimentaba de aquello porque cuando peor se ha comportado con ella coincide con esas etapas: miedo a perder lo que tenía, a no obtener lo que creía merecerse, a no ser tenido en cuenta por los otros.
Su padre es un hombre, el único, que habla mal a su madre. El que la insulta, el que la humilla, el que la resquebraja. “Mantenida, ni para servirme sirves”. Ella lo maldice entre dientes cuando él abre la puerta y se va. “Si te murieras ya y nos dejaras”.
Su padre es alguien a quien nunca admiró y a quien nunca admirará. Su padre es quien le facilitó el acceso a un buen colegio, pero se sacudió cualquier responsabilidad con una cuenta corriente abultada.
Su padre nunca supo que ser padre es arropar a la hija por la noche, es que te vea aplaudirla en una actuación de rítmica, es que te diga que tiene miedo y la abraces. Es que estés en casa el martes y le muestres agradecimiento cuando te entregue el portarretratos de macarrones que ha hecho para ti por el Día del Padre.