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La otra España La otra España

La otra España

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Ana I. Gracia
Hay victorias que no sirven para nada y derrotas que saben más dulces que el chocolate. España está, en estos momentos, partida en dos. A un lado se sitúan los que entienden la pluralidad y, al otro, los que la repudian.

Los que navegan a la derecha del río les cuesta aceptar que el Gobierno Frankestein haya sido revalidado en las urnas y la sociedad haya normalizado que pactar con Bildu o con Puigdemont es una alianza de lo más democrática.

Los políticos que se sitúan en el ala derecha de la partida está más obsesionados con echar a Pedro Sánchez de La Moncloa que con construir un espacio político con el que ofrecer a los españoles ideas y un proyecto de país a largo plazo. Ninguno de ellos es capaz de entender qué es lo que pasó el domingo 23 de julio para no alcanzar los 150, los 160 escaños que preveían todas las encuestas. Vendieron la piel del oso antes de cazarla y, claro, la decepción fue morrocotuda.

Por el contrario, todos los parlamentarios que están a la izquierda del Partido Popular celebran con fuegos artificiales que Vox no entre en La Moncloa porque, eso es así, los números no dan de ninguna de las maneras para conformar un Gobierno de derechas.

Ironías de la vida, Pedro Sánchez ha ganado fracasando y Alberto Núñez Feijóo ha fracasado ganando. Qué caprichoso puede ser el destino. Esta semana vacacional andan los dos líderes cruzándose sendas cartas para dejar claro que los dos quieren que el rey Felipe VI los designe para ir al Congreso de los Diputados a la sesión de investidura, una vez que el Parlamento se constituya el 17 de agosto.

¿Qué hará el rey? La Constitución dice que, una vez que el monarca se reúna con los portavoces de los grupos con representación en las Cámaras propondrá a un candidato a la Presidencia del Gobierno. Pero nada dice la Carta Magna sobre si debe ir el candidato del partido más votado (en este caso sería Feijóo) o si, por el contrario, debe elegir a aquel que suscite más apoyos (parece que Pedro Sánchez).

Así las cosas, cada día que pasa es más evidente la victoria del perdedor y la derrota del ganador. Para aquellos que quieren señalar al sistema parlamentario como eje del mal que acecha a España, solo diré que nuestro sistema es claro como el agua: gana el que puede formar un Gobierno y no el que saca más diputados. Pregunten a Inés Arrimadas qué le pasó en las elecciones de 2017 en Cataluña. Todo lo demás es puro cuento.

No hay mejor termómetro para medir la victoria o la derrota de un partido que escuchar a los propios compañeros. Fue Esperanza Aguirre la primera que lanzó una lanza en el pecho de Alberto Núñez Feijóo, apenas un año y medio en el cargo de presidente del PP, y giró la vista hacia Isabel Díaz Ayuso, que dice que ahora no es el momento de recambio pero ella, por si acaso, se deja querer en el balcón de Génova, donde los suyos le corearon ¡Ayuuuuuuuuso, Ayuuuuuuuso! Con Feijóo al lado, con el resultado electoral aún sin digerir.

Feijóo ha encadenado cuatro mayorías absolutas y ahora solo puede aspirar a repetir elecciones y que se obre el milagro, si es que el PP puede aspirar al Gobierno de la Nación con un Vox por encima de los treinta escaños.

En el PP cunde el desánimo y la opinión mayoritaria es que, mientras la formación de Santiago Abascal no sea residual, va a resultar muy difícil recuperar el Ejecutivo central. La parte izquierda de España no entiende la alianza con la ultraderecha y, a día de hoy, el PP no puede alcanzar acuerdos con nadie más para gobernar. Está en duda el futuro del actual presidente.

Para mayor desgracia de Feijóo, esos mismos españoles han naturalizado los pactos de Sánchez y le han absuelto de todos sus pecados: no han penalizado los indultos, ni la malversación ni la sedición ni colocar a un amiguito en el CIS o a una ministra en la Fiscalía General del Estado. Esa es la otra España que no entiende al PP.