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Desamparados

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Ana I. Gracia
La única ventaja de irse pronto es no ver sufrir a los seres amados. Se cumplen siete años de los asesinatos de Víctor Romero, Víctor Caballero y José Luis Iranzo en Andorra el sábado y es falso que el tiempo cure.

El calendario avanza, la gente vuelve a su rutina y la madre o el hijo o la viuda se quedan solos con un dolor que no mengua porque, para digerir lo que sea, hasta lo más duro, se necesita entenderlo. Y para comprender estos crímenes falta verdad, admitir fallos y un perdón sincero... para aprender a vivir de nuevo.

No es fácil ir contra un sistema que ha perfeccionado sofisticadísimas estrategias de permanencia, que oculta errores para salvarse y que esconde la información que no le interesa contar.

Por ejemplo, que un año y medio después del crimen se entregó a la Guardia Civil una carta anónima con datos de un varón de nacionalidad holandesa, el de su mujer y el de su intérprete, y la dirección postal de un inmueble del matrimonio, fijado en Híjar. Se pidió información a los países de origen y resultó llamativo que la persona empadronada en el domicilio bajoaragonés del matrimonio holandés se llame El Mehdi Ettouhami. Casualmente, la persona que pudo dar cobertura a Norbert Feher al fugarse de Italia es Ettouhami El Mehdi. 

Se practicaron gestiones para determinar si eran el mismo, pero quedó en vía muerta porque el empadronado en Híjar nació en 1969 y el supuesto amigo del criminal en 1987. Se concluyó que compartían nombre por casualidad y no se buscó otro nexo que pudiera dar sentido al viaje de Igor el Ruso desde Ferrara (Italia) hasta Híjar. En uno de los mapas que llevaba encima tenía los dos puntos unidos en rotulador.

Tampoco nadie ha contado por qué en la furgoneta de Iranzo hay restos genéticos de Víctor Caballero. Un equipo de criminalística atestiguó que había ADN del guardia dentro del coche del andorrano “en dos guantes localizados en el suelo, en el asiento del copiloto y en los hisopos aplicados en la palanca de cambios y en los cuadrantes delantero y trasero, parte izquierda y derecha e interior y exterior de un chaleco perteneciente a la Guardia Civil”.

Sobre la búsqueda previa al tiroteo, en las cuevas de Valdoria, los testigos mantienen que Caballero recorrió todo el tramo a pie y que Iranzo bajó en su vehículo hasta el parking donde concluyó, sin éxito, la batida. Ahí se vio al ganadero con vida por última vez, antes de que emprendiera solo, sin protección, el camino hacia su mas, adonde iba a por su padre y lo recibió su asesino.

Los Amigos de Iranzo denunciaron para depurar responsabilidades más allá de las del asesino, pero esa carrera judicial acabó este verano, cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos no admitió la demanda que elevaron a la Unión Europea después de que todas las instancias judiciales españolas se negaran a evaluar fallos de seguridad. Ante la decisión europea, definitiva, no caben más recursos.

La información tiene un potentísimo propósito sanador. Siempre, incluso cuando es un dato terrible, es mejor tenerla para que el efecto terapéutico de saber la verdad prevalezca sobre el trauma. Un país puede encomendarse al silencio obtuso y al olvido, pero un individuo no puede escapar de su memoria, borrar las cosas que pasaron y las que le dejaron de pasar.

Hay psicólogos que coinciden en que un trauma o un duelo no procesado cala en la siguiente generación porque se transmite el miedo a que algo similar vuelva a pasar. El fenómeno se da especialmente cuando es la autoridad la que provoca ese trauma y por eso la reacción, el silencio, el olvido, es una anomalía social. La mala gestión de un episodio tan duro alcanza a toda la sociedad y la recuperación empieza cuando las víctimas se sienten resarcidas. No es este el caso. Andorra está hoy desamparada y tan lejos de recuperar la normalidad como el 14 de diciembre de 2017.