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Ana I. Gracia

No son una cifra más. Cada muerte, cada despedida, se clava como un puñal en el corazón por lo que significa prescindir de alguien. En un pueblo con pocos habitantes, una persona menos se traduce en que falta un alumno en la escuela rural, en que el médico se jubila y no se encuentra reemplazo, en que los jóvenes marchan a estudiar y no regresan porque aquí no se vislumbran oportunidades para prosperar en la edad adulta.

Por eso, desde hace un tiempo a esta parte cada nuevo empadronamiento se celebra como el nacimiento de los niños: con fuegos artificiales, con petardos, como nos gusta celebrar los grandes días y los grandes acontecimientos. Que la flecha del padrón ascienda y no retroceda representa la esperanza para un territorio, el nuestro, tan castigado desde hace tiempo por la despoblación y sus terribles consecuencias… duelen los huesos cuando se piensa cómo estarán nuestros pueblos dentro de diez, veinte, treinta años.

Hace unos días leí un gran titular en La Comarca que invita a la esperanza: las principales localidades del Bajo Aragón Histórico y las Cuencas Mineras crecen. También hay municipios con menos habitantes que han conseguido atraer hasta sus rincones nuevas familias y, caray, esas son las noticias que me gustan leer y la que quería resaltar hoy. Porque nuestra tierra también es un polo de atracción para gente que quiere vivir aquí.

Alcañiz, Caspe y Valderrobres crecen en número de habitantes y se consolida la tendencia ascendente en mi pueblo, Andorra, que, tras muchos años de pérdida poblacional por el cierre de las minas y de la central, va poco a poco reconquistando a nuevos vecinos. Muy lejos queda decir que es un municipio con más de ocho mil habitantes, como presumíamos en los lustrosos años noventa, pero que se haya cortado la hemorragia es un paso bastante importante para intuir de que estamos en el tiempo de la recuperación. Los nuevos huéspedes han venido al abrigo de los nuevos planes de reconversión minera… ojalá se queden todos cuando las grandes obras hayan terminado.

Uno de los pueblos ejemplarizantes es Oliete, que conquista dieciocho habitantes en doce meses gracias al proyectazo Apadrina un Olivo, conocido mundialmente y que no para de crecer y afianzar el territorio como un lugar de desarrollo sostenible. Alloza también está de enhorabuena, ya que ha conseguido once nuevos vecinos en un año gracias a las oportunidades de movilidad que ofrece el teletrabajo y a un taller de ajardinamiento que atrajo a alumnos que optaron por quedarse a vivir en el pueblo. El resultado es que la escuela infantil estuvo el curso pasado completa, llena, con diez alumnos matriculados, y este año mantiene abierta sus instalaciones con ocho chavales recibiendo sus clases diariamente.

Caspe también consolida su población por el impulso del sector primario, que reclamó mano de obra y hasta allí han llegado muchos trabajadores inmigrantes para poder empezar y desarrollar una vida próspera lejos de la miseria de sus países de origen. Para que luego digan que los extranjeros no quieren trabajar. Si se mira la escala poblacional con un prisma de una década, la localidad ha ganado más de mil habitantes, lo que se traduce en más servicios y más recursos para todos sus vecinos. ¡Bravo!

La comarca del Matarraña en general y Valderrobres en particular consolidan la tendencia positiva desde principios de los 2000 por el avance de los turistas, que se quedan enamorados de esta preciosa tierra.

Utrillas afianza su población por encima de los 3100 habitantes. El año pasado nacieron 25 bebés, un hecho que el ayuntamiento premia con un cheque de 1400 euros, a lo que hay que añadir un pan de kilo que hornean los panaderos del pueblo y un queso artesano con el que la quesería La Val obsequia a la familia que se amplía.

Valdealgorfa ha dado un paso más allá y ha querido rendir un precioso homenaje a los más pequeños, los que llenan el pueblo de vida, prosperidad y futuro. Hace unas semanas, se inauguró el Parque de los Nacimientos, un recinto público que ha colocado un gran chupete por cada criatura nacida desde 2020. Cada protagonista ha plasmado las huellas de sus pies o de sus manos en su correspondiente chupete, que han bautizado con su propio nombre.

La iniciativa no me puede gustar más: revertir la mala imagen de la conocida como España vaciada celebrando cada vida nueva y dejando un recuerdo que perdurará para siempre en el municipio. Larga vida a la nueva vida que nutre a los pueblos y enhorabuena a todos esos municipios que revierten la curva poblacional. Porque una sola vida cuenta… ¡vaya que si cuenta!