relato 01 ilustración (Un giro inesperado)
Por Elena Gómez*
Hoy han quedado en un lugar diferente, ella tiene algo que contarle y necesita otro escenario, otro sabor en el café, otra luz a través de los ventanales. Ha necesitado reunir toda la fuerza que hay en su interior para dar este paso, pero sabe que tiene muchas posibilidades de perder. Por eso ha buscado salir de la rutina, no manchar los buenos recuerdos con un borrón en esta historia.
Cuando llega al bar, él la está esperando en un rincón del fondo, alejado del bullicio. Siempre ha tenido un sexto sentido para la discreción, es como si ya intuyera que su conversación no va a surgir como en otras ocasiones. La observa detenidamente con mirada inquisitiva mientras se acerca a la mesa. Sabe que habrá un antes y un después de hoy, que todo va a cambiar, y sin embargo no se atreve a imaginar qué significado tenía el mensaje que le ha enviado ella para emplazarle en aquel lugar.
Se saludan como siempre, sonriendo, preguntándose qué tal el día, pero en esta ocasión se detienen un segundo de más cuando sus mejillas se tocan. Las manos sudorosas y las pupilas dilatadas los habrían delatado si un observador ajeno se hubiera atrevido a mirar. Pero ahí están, solos entre la gente. Sin darse cuenta, han creado una burbuja en la que únicamente pueden vivir ellos dos, y todavía no saben que el día que se rompa, les resultará casi imposible respirar con normalidad fuera de ella. Sin embargo intuyen que quizá ese momento ha llegado.
Hablan de trivialidades mientras les sirven las bebidas, como todas las semanas. Ella no sabe que él se encandila con su risa abierta y franca, él no adivina que ella se perdería en el azul de sus ojos. Y así, en su rutina, han visto pasar el tiempo, cafés con olor agridulce por no haber utilizado nunca las palabras o los gestos adecuados. Emociones sumergidas en miedo, diluyéndose como terrones de azúcar en sus tisanas.
Pero ella está dispuesta a que todo cambie. Remueve el contenido de la taza, mirando fijamente los remolinos de vapor que suben hacia su rostro. Mientras tanto, se concentra en el comienzo de su discurso, tantas veces ensayado durante sus noches en vela. El silencio abre brecha entre ambos, apenas salvado por una pregunta casi susurrada por él, "¿Qué querías contarme?"
Ella, sin levantar la vista y respirando profundamente, tiene claro lo que quiere decir. Que no duerme un solo día sin pensar en sus abrazos, que el tiempo se detiene cuando está cerca de él, que le duele el pecho de tanto sentimiento, y que nadie debería irse de este mundo sin saber que es amado como lo es él. Que todo en sus cuerpos parece diseñado para encajar, que anhela coger su mano, acariciar su barbilla, hundir los dedos en su pelo... Que lo desea de forma enfermiza, que sueña cada noche en compartir su cama, y despertar todas las mañanas con su aliento sobre la piel. Que más de cinco años siendo amigos no es suficiente, que la eternidad se queda corta para compartir sus vidas. Que se sabe no merecedora de sus besos, que sus defectos son tantos que no podrá nunca ser suya. Que tiene pánico a perder ese pequeño cachito de su vida que le regala todas las semanas frente a un café, pero que no puede más, que las ganas se le retuercen en las entrañas y la vida se le va en lamentos. Que necesita cerrar una puerta para abrir otras, oírle decir que no la quiere para marcharse sin mirar atrás, sin arrepentimientos por no haberlo intentado.
Sin embargo, el miedo vuelve a cerrarse como un nudo en su garganta. Los latidos son tan fuertes que retumban en sus sienes. Y no puede. Dos lágrimas rebeldes, sin permiso de su dueña, ruedan por sus mejillas, recordándole que no es una mujer valiente. No es capaz de hablar de sentimientos, tanto es el dolor que alberga su alma... Tiene pánico al rechazo que adivina, hay complejos imposibles de superar. La angustia de poder dañar y ser dañada se apodera una vez más de ella. Y no puede...
Después de un minuto de mutismo denso e irrespirable, solo se intuye una frase, casi inaudible: "Nada, no tiene importancia. Tengo que marcharme". En ese momento es cuando él comienza a perfilar en el horizonte de sus pensamientos una realidad que le resulta insoportable. Ella se marcha, y aunque no lo ha dicho, intuye que es para siempre. Acomodado en sus citas semanales, viene alimentándose únicamente de su compañía, y ahora se da cuenta de que no era suficiente. Los prejuicios se instalaron hace años, creando abismos entre ambos. Fue más fácil dar por hecho que ella no necesitaba nada más, que el destino le había amputado su capacidad de amar como mujer, ofreciéndole solo esa porción de emociones humanas que se llama amistad. Inconscientemente, la vetó para la pasión y el compromiso, cerrándose las puertas a sí mismo. Y ahora esas dos lágrimas reveladoras de la infamia, le hacen despertar de su aletargamiento.
Emocionado, y tímidamente esperanzado, posa suavemente su mano sobre la de ella. La acaricia con cautela, todavía no se cree la decisión que ha tomado en un simple instante. No está dispuesto a vivir una vida vacía, ahora sabe que debe buscar la felicidad. "Quédate", le dice manteniéndole por primera vez la mirada. "Quédate, y te prometo solo una cosa. Me comprometo a arriesgar, a no dar nada por sabido, a no sentir vértigo ante los cambios. Derribaremos el muro que hemos levantado entre nosotros, y construiremos un camino con las piedras que encontremos".
El tiempo se para, ella teme incluso respirar por si el hechizo de ese momento se rompe, como se despierta de un sueño ligero. No se atreve a entender sus palabras, el miedo sigue ahí, es complicado deshacerse de la suspicacia. Sin embargo, es consciente de lo que había ido a hacer allí, y aunque las cosas no están saliendo como había previsto, presiente que la suerte está echada. Sabe que no va a ser fácil, pero intuye que ambos van a apostar fuerte, y eso es lo único que importa. Enjuga sus lágrimas y sonríe, todavía no está preparada para decir algunas palabras por temor a que mueran al salir de sus labios, pero está dispuesta a mirar hacia adelante.
Pasan unos minutos así, cogidos de la mano, mirándose embobados, como dos adolescentes descubriendo el amor. Aquel observador ajeno que se hubiera atrevido a mirar, habría contemplado emocionado que ya no les hace falta una burbuja para respirar, el mundo se ha convertido en una gran pecera donde serán libres.
Entonces ella da el paso definitivo para sellar un juramento no escrito. Rodea la mesa con su silla de ruedas, toma su cara entre las manos, y lo acerca hacia sí. Al juntar sus labios, se mezclan el uno con el otro, y se sienten girar en una espiral de deseo como nunca imaginaron. Después, un abrazo hondo, no necesitan más.
Cuando salen del bar, él rodea los hombros de ella y camina orgulloso a su lado, ignorando los comentarios, sorprendidos y maliciosos, de aquellos que todavía no conocen la dicha de romper tabúes. Ella conduce satisfecha y con vértigo ante la aventura que le espera a partir de ahora, sabiendo que, por fin, está completa.
*Elena Gómez Martínez Teruel, 1975 Jubilada. Ganadora de certámenes literarios infantiles y juveniles. Aparcó la escritura por motivos laborales, pero desde 2013 vuelve a escribir sobre todo relatos cortos que publica en su blog callessinnombre.wordpress.com Ha ganado varios concursos literarios y quedado finalista en otros, además de prologar libros de otros autores y escribir artículos sobre cultura en blogs especializados.