castillo monreal
El Castillo de Mont Regal retrotrae a los momentos más antiguos de la conquista aragonesa de lo que ahora es la provincia de Teruel. La fortaleza fue creada por Alfonso I de Aragón hacia 1122 sobre los restos de un antiguo asentamiento ibero-romano. Muy pocos años antes, el Batallador había conquistado Zaragoza (1118) y había conseguido destruir, en la Batalla de Cutanda (1120), al poderoso ejército que los almorávides habían mandado para recuperar esa ciudad.
En aquellas lejanas fechas, Monreal se convirtió en una importante posición avanzada del monarca aragonés, que aspiraba a conquistar el Levante y marchar a combatir a Tierra Santa. Impregnado también por el espíritu de las Cruzadas, el arzobispo Guillermo de Aux asimilaba el nombre de la nueva fortaleza, Mont Regal, al de “mansión del Rey Celestial” (Montem Regalem, id es regis celestis habitationem),
Esta posición, que entre 1128 y 1134 estuvo al mando de un tenente, también aparece mencionada en ocasiones como la Domo Plana, a causa de su peculiar configuración topográfica.
La muerte de Alfonso I a causa de la desafortunada batalla de Fraga (1134) supuso la pérdida del castillo, que fue nuevamente recuperado tras la concesión del Fuero de Daroca (1142), bajo el reinado de Ramón Berenguer IV.
Avance de frontera
El importante avance de la frontera aragonesa en tiempos de Alfonso II (que conquisto Tirwal y fundó la villa de Teruel), alejó definitivamente al enemigo islámico; pero la fortaleza mantuvo su relevancia, dada su proximidad a la frontera castellana y su situación en un punto clave en las comunicaciones entre Teruel y Zaragoza por el denominado Camino del Jiloca. En 1221, Jaime I integró la villa de Monreal, y con toda probabilidad su castillo, en la Comunidad de aldeas de Daroca.
A finales del siglo XIII, las crecientes tensiones entre los reinos de Castilla y Aragón devolverán la antigua importancia estratégica al castillo, convirtiéndose en una de las posiciones más destacadas de la red de fortificaciones que defendían el valle del Jiloca del enemigo castellano. Esta circunstancia quedó patente tanto en las reparaciones de entidad que se sucedieron durante las siguientes décadas como en la permanente presencia de un alcaide designado por la Comunidad de Daroca. Esto supuso un importante incremento en los gastos de la “retenencia” (bastimentos y otras cosas necesarias para la defensa de la fortaleza), hasta el punto de que en determinados momentos se llegaron a multiplicar por 20, con el consiguiente quebranto para las finanzas de la Comunidad.
En el periodo álgido de la Guerra de los Dos Pedros, el rey Pedro IV consideró necesario controlar directamente la defensa de fortaleza, relevando al alcaide puesto por la Comunidad y designando a uno de su total confianza; el ejercicio real de este dominio eminente sobre el castillo debió levantar no pocas ampollas. Hecho comprensible si se tiene en cuenta que, pese al relevo de alcaides, la Comunidad mantenía la costosa obligación de aprovisionar el castillo con hombres, alimentos y materiales; queda claro que los conflictos de competencias y financiación no son algo nuevo.
Estas medidas de carácter excepcional se repitieron en otras posiciones claves, como Peracense y Singra, y reflejan la complicada situación de este territorio durante los años 60 del siglo XIV, arrasado por la invasión castellana y castigado por unos enormes gastos de guerra.
Hasta fechas avanzadas del siglo XV, el Castillo de Monreal siguió considerándose una pieza clave en la defensa de este territorio, contando con un alcaide cuya designación volvió, en tiempos de paz, a manos de la Comunidad de Daroca. Después se inició un largo periodo de irrelevancia militar, de casi cuatro siglos. Durante ese tiempo, la fortaleza se utilizó para otros fines, como posiblemente cárcel y almacén de grano; incluso una de sus torres fue empleada como campanario.
Incendio de cien casas
Llegamos así a las Guerras Carlistas, momento en el que volvió a tener función militar, circunstancia que motivó su definitiva destrucción. En septiembre de 1839, el jefe carlista Llagostera ordenó su demolición, junto con la de otros edificios que pudieran ser fortificados por los liberales. Aún así, el Castillo de Monreal fue protagonista de un último episodio bélico, que tuvo lugar el 6 de mayo de 1840, al servir de refugio a 50 soldados liberales, atacados por un fuerte contingente carlista de 800 soldados de infantería y 450 de caballería, al mando de Balsameda y Palillos.
Y hay que decir que la fortaleza, pese a su mal estado de conservación y a la desigualdad numérica entre los contendientes, resistió y la posición no cayó; como represalia, los carlistas saquearon e incendiaron la población, quemando unas cien casas. Pero, al igual que en el Sitio de Zaragoza, este episodio contó con su propia heroína, Rafaela Francisca Latorre Latasa, “genio y alma de la audaz resistencia” (en palabras de José M. Catalán de Ocón), que recibió la Cruz Laureada de San Fernando, principal condecoración militar de España.
A partir de ese momento, el tiempo y la proximidad al casco urbano propiciaron la paulatina desaparición de lo que quedaba de la fortaleza. Primero, fue necesario reconstruir la parte de la villa arrasada por los carlistas, para lo cual debieron reaprovechar los materiales de las ruinas de la vetusta fortaleza, cuyo rastro se detecta en muchas casas de su entorno. Poco tiempo después, se construyó sobre su emplazamiento la torre del reloj (1849-54), recuperándose una de las últimas funciones que había tenido el castillo durante los tiempos de paz (torre-campanario de la cercana parroquial). Pese a todo, en ese emplazamiento se mantuvieron, hasta hace pocas décadas, restos de la antigua fortaleza, especialmente en la parte septentrional y occidental. Estos quedaron ocultos tras la construcción del actual parque.
Por ello, existe la certeza de que en el subsuelo de la antigua Domo Plana aún subsisten restos de tan destacado edificio que, durante más de siete siglos, fue uno de los escenarios históricos más relevantes de la comarca. Posiblemente, en el futuro, los arqueólogos saquen a la luz tan venerables ruinas y desvelen muchas de las incógnitas que aún subsisten sobre la fortaleza de la primera orden militar creada en España.
La Militia Christi de Monreal-Belchite es considerada la primera orden militar fundada en España. La intención de Alfonso II era asimilar y trasladar a tierras hispanas el modelo de monjes guerreros que ya operaba con éxito en Tierra Santa desde hacía dos décadas.
El primer paso de este proceso fue la conocida como Cofradía de Belchite, creada en 1122, integrada por religiosos y laicos, que gozaban de indulgencias similares a las de la Primera Cruzada y de otros beneficios, como la exención del quinto real (tributo de 1/5 parte del botín de guerra, que había que abonar al monarca).
Aproximadamente dos años después, se creó la Militia Christi de Monreal. El arzobispo Guillermo de Aux, uno de sus mayores defensores, indica que Alfonso I la organizó para que fueran “abatidos y vencidos todos los sarracenos de este lado del mar y abrir un camino para viajar a Jerusalén (...). Y puesto que desde Daroca hasta Valencia se extendían grandes desiertos, sin caminos, y lugares yermos e inhabitables, edificó una ciudad, que llamó Monreal, esto es, mansión del Rey Celestial, en la que la Milicia Dei tuviera su propia sede, “para que tanto los que van como los que vienen hallasen descanso seguro”. Y tras indicar los distintos privilegios otorgados por el Rey y pedir el apoyo para la nueva orden, se declaraba cofrade de esta nueva hermandad.
Pero este no fue el único personaje ilustre vinculado a la Militia Christi de Monreal. El vizconde Gastón IV de Bearne el Cruzado, uno de los principales artífices de la conquista de Jerusalén durante la Primera Cruzada, fue inspirador de la creación de esta nueva Orden. Hay que recordar que el vizconde también participó en la conquista de Zaragoza, en la Batalla de Cutanda y en la expedición de Alfonso I por tierras andaluzas. Y en el año 1128 aparece como tenente del castillo de Monreal en 1128.
La Orden de Monreal-Belchite fue pionera en la institucionalización de la idea de Cruzada en tierras peninsulares. Sus miembros no hacían voto de castidad ni de pobreza, pues muchos de ellos aparecen legando sus bienes al morir a sus hijos. Sin embargo, sí que era preceptiva la defensa de la fe.
Tras la muerte de Alfonso I (1134) se desmoronó la frontera sur Aragón, volviendo Monreal de nuevo a manos musulmanas. La orden como tal no desapareció. En 1136, Alfonso VII de Castilla confirmó la Cofradía Cesaraugustana, concediéndole el castillo de Belchite y unos nuevos estatutos. Pero tan sólo siete años después, por la Concordia de Gerona (1143), Ramón Berenguer IV ordenó el inicio de negociaciones para su integración en la Orden del Temple, siendo Lope Sanz su último rector. Esta incorporación al Temple fue ratificada por los papas Eugenio III (1153) y Adriano VI (1156).
De esta forma, se desvaneció definitivamente el viejo sueño de Alfonso I de una Militia Christi que le abriera paso hacia el Levante y le permitiera ir a combatir a Tierra Santa.