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La magia de los Strauss da la bienvenida al 2017, también en Teruel

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Alberto Navas (centro) y los músicos de la Orquesta Sinfónica Santa Cecilia de Teruel saludan al público que ayer se citó en el Teatro Marín

Los turolenses dieron ayer la bienvenida al 2017, año de 800 aniversario de la Leyenda de los Amantes, de la mejor manera posible.

Los turolenses dieron ayer la bienvenida al 2017, año de 800 aniversario de la Leyenda de los Amantes, de la mejor manera posible. Las polkas y los valses de la dinastía Strauss son ya una marca consolidada para el Año Nuevo que se repite todas las navidades a lo largo y ancho de todo el mundo, aunque en muy pocos lugares pueden escucharse precisamente durante la mañana del día 1 de enero. El más clásico es la Sala Dorada del Musikverein de Viena, donde comenzó la tradición en 1939 y desde donde es retransmitido en la actualidad a más de cincuenta países. Pero ayer sonó además en el Teatro Marín de Teruel, donde de forma extraordinaria la Orquesta Sinfónica Santa Cecilia de Teruel, dirigida por Alberto Navas, ofreció un espectacular concierto con numerosos guiños al vienés, pero también con claro carácter propio. Ante un entregado público que llenó las tres cuartas partes de las butacas del Marín, que desde que fue reinaugurado el 19 de noviembre ya ha acogido varias citas importantes, la Sinfónica de Teruel ofreció un brillante concierto dividido en dos partes. En la primera se interpretó un repertorio variado compuesto por piezas orquestales efectistas y muy conocidas. Comenzó con Si yo fuera rico perteneciente a la B.S.O. de Violinista en el tejado (Jerry Bock) y El oboe de Gabriel, compuesta por Ennio Morricone e incluida en la B. S. O. de La misión. A?continuación la Sinfónica ofreció uno de los temas que no han faltado en su repertorio desde que la agrupación se formó el pasado mes de abril;?el segundo y cuarto movimiento (largo y allegro con fuoco) de la Sinfonía nº 9 de Antonin Dvorak, Sinfonía del Nuevo Mundo. Y?la primera parte se cerró con la misma pieza que, en forma de segundo bis, también pondría punto y final al concierto. Se trató de una versión muy especial del villancico Noche de Paz dividido en dos movimientos;?el primero de ellos fiel a la composición clásica del alemán Franz Gruber, y el segundo según un arreglo de Alberto Navas mucho más rápido, en tempo di vals, como preámbulo de lo que venía después. En esta composición, muy bien orquestada por el director de la Sinfónica, destacó una serie de pequeños solos que llevaron al público al extasis, sacando partido al clarinete de Beatriz Sánchez, contestado por los saxos y después por las flautas de Nerea Martín y Juan Alonso y el oboe de Cristina Esteban. Se elevaba la tensión al máximo con la trompeta de Nacho Civera, para resolver finalmente el grueso orquestal con un sonido intenso y grandilocuente. Tras un breve descanso, comenzó la segunda parte del concierto que de algún modo homenajeó a la cita clásica de Viena, echando mano de algunas de las obras más virtuosas de la familia de compositores austríacos Strauss, como El murciélago, de Johan Strauss hijo, o Pizzicato polka, compuesta también por Johan Strauss hijo y su hermano Josef, aunque también hubo lugar para Marcha y Trepak, dos de los movimientos más populares de El cascanueces (Tchaikovsky), también de claro sabor Navideño. El recital enfiló su recta final con dos simpáticos guiños al Concierto de Año Nuevo del Musikverein vienés; el primero de ellos cuando la Sinfónica entró en falso con el tema que tradicionalmente cierra el programa, El Danubio Azul de J. Strauss hijo. Siguiendo la costumbre, una parte del público interrumpió la entrada con sus aplausos y Alberto Navas paró a sus músicos, se dio la vuelta y felicitó el año nuevo a todos los presentes, antes de continuar, esta vez si, con el vals. Y el segundo fue el que ya tiene todo el mundo en la retina y en el tímpano. Como primer bis y fuera de programa, la Sinfónica de Santa Cecilia ofreció el conocido arreglo de Leopold Weningersobre la Marcha Radetzky (Johan Strass padre), al ritmo de los aplausos emocionados y acompasados del público que seguía las indicaciones del director para darles la intensidad adecuada. No es esta una moda contemporánea, la de aplaudir el poderío militar austríaco que inspiró La marcha Radetzky, sino un fósil de la época en la que el público de los conciertos de música clásica acudía a estos de una forma más habitual, desenfadada y natural. Hoy en día este tipo de citas están regidas por otro tipo de etiqueta, más encorsetada y académica, pero incluso los mayores melómanos necesitan soltarse la melena, de vez en cuando, en nombre de la música con mayúsculas.

Autor:Miguel Ángel Artigas Gracia Teruel Miguel Ángel Artigas Gracia Teruel