José Iranzo, el Pastor de Andorra, echó en la madrugada de ayer su última jota a los cuatro vientos para despedirse de una vida plena en la que ha destacado por su bondad y por ser la voz del folclore aragonés más ilustre de todos los tiempos por su bravura y libertad.
Iranzo ansiaba llegar a su centenario y finalmente cumplió 101 años, un mes y dos días. Siempre se caracterizó por ser un tipo humilde pese a ser uno de los más grandes de todos los tiempos y el principal artífice de la internacionalización de la jota aragonesa, pero se concedió una licencia para su último suspiro. Fue presumido y dijo adiós a su querida Pascuala Balaguer media hora después de entrar en el 22 de noviembre, día de Santa Cecilia, patrona de los músicos. Él lo era y de los buenos.
"Su vida fue la jota, era su pasión, pero su alimento era la ganadería. Cuando se bajaba de un escenario o de un avión, a la hora que fuera, al día siguiente estaba con las ovejas", explicaba ayer su nieto, José Luis Iranzo, que ha seguido la estela de su abuelo y ahora defiende a los agricultores y ganaderos turolenses desde la comisión ejecutiva de UAGA.
Quizá por ello ayer el cielo se echó a llorar en su memoria para regar los campos y proveer pastos abundantes para el ganado.
Iranzo fue a la jota lo que la jota fue a Iranzo. La Palomica. Las cerezas, Los Pastores, La hierbabuena se cría, Amor de los Amores, Don Diego y Doña Isabel o Han colocado un cartel son obras suyas. Todo aragonés que se precie ha cantado alguna vez alguno de estos temas, por lo que el Pastor es leyenda y mito del folclore regional.
Iranzo fue un humilde pastor toda su vida, pero trascendió por ser un gran cantador de jotas. Esa virtud le llevó a cosechar el primer premio del Certamen Oficial de Jota (1943) y el Extraordinario (1974), el Premio Aragón (1999), el Premio Cisneros (1964), la Cruz de Caballero (1982), la Cruz de San Jorge (1981), la Medalla al Mérito Cultural regional o la Medalla al Mérito Turístico nacional. También tiene calles y monumentos dedicados a su persona, grabaciones de varios discos y cassettes, y ha actuado en varias películas. Pero de lo que más orgulloso se sentía era de haber sido nombrado Hijo Predilecto de su localidad natal en 1994. El año pasado, el Ayuntamiento de Teruel le hizo Hijo Adoptivo y él mismo fue a recoger la distinción.
Nacido en Andorra el 20 de octubre de 1915, con ocho años comenzó ya el oficio de pastor después de perder a sus padres y hermanos en la fatídica gripe de 1918. Dicen que lloró tanto de niño que se le ensancharon los pulmones, de ahí su potencial a la hora de cantar.
Durante el servicio militar que prestó en Zaragoza fue descubierto por un general que lo llevó a cantar a la escuela de jota de Pascuala Perié. Ella le domó la voz y le catapultó hacia el estrellato. Tras ganar el Ordinario se enroló en la Grupo de Jota de Teruel enmarcado dentro del Grupo de Coros y Danzas de la Sección Femenina, que le permitió viajar.
"He viajado todo lo que he querido en esta vida", repetía Iranzo cada vez que alguien le preguntaba por su carrera artística. Londres, París, Amsterdam, La Habana, Nueva York, Texas, Montreal o México han sido testigos de ello.
Sin embargo, el Pastor de Andorra nunca presumió de sus indudables dotes para la canción y siempre se consideró un pastor más. Su única ambición era juntar un buen rebaño, cuanto más grande, mejor, para vivir sin apreturas. Y lo consiguió. La jota era un dulce entretenimiento para él.
Si de algo presumía el anciano jotero era de no haber reñido nunca con nadie, lo que le hacía estar en paz consigo mismo. "No he discutido con nadie nunca, ni he tenido ningún disgusto de nada. Los disgustos matan a la persona", aseguraba, e invitaba a copiar su ejemplo. "¡Si es que es tan maja la vida! ¿Para qué te vas a amargar?", aconsejaba a quien le quería escuchar.
Iranzo deja dos hijos, José y Pascuala, dos nietos y un bisnieto. Todo ello, fruto del amor entre los dos, que les llevó a celebrar 77 años y medio de matrimonio.
El funeral por el Pastor de Andorra se celebrará hoy a las 11 horas en la iglesia de Nuestra Señora de la Natividad -adonde será portado en hombros- y posteriormente será trasladado al cementerio para su inhumación. Cojan sitio para despedir como se merece a la leyenda y no se repriman si les sale del alma cantar alguna jota. A él no se le ocurriría una despedida mejor.
Su nieto: "Mi abuelo dignificó la profesión de pastor"
"Esta mañana, cuando he ido a la explotación a dar de comer a las ovejas, la imagen que me ha venido ha sido ver a mi abuelo. Y es el momento en que más orgulloso me he sentido de él", explicó ayer el nieto del Pastor de Andorra, José Luis Iranzo.
"Ahora mismo se reconoce mucho la figura de él como jotero, pero yo me quedo con la del pastor. Mi abuelo llevó con mucho orgullo el ser pastor en una época en la que la gente lo escondía", dijo Iranzo. "Decir soy pastor y vivo de la ganadería y estoy en el monte con orgullo es algo que me enseñó él y lo llevaré muy a gala. A parte de ser un gran jotero, dignificó la profesión y es algo por lo que todos los pastores tenemos que estar muy agradecidos", aseveró el familiar.
José Iranzo pasó "de ser pastor para terceros a poder tener su propia explotación y tener una propiedad y poder vivir en una masía". Eso para él "fue muy importante y es el legado que nos ha dejado a la familia", prosiguió.
El nieto del mito de la jota celebró que su abuelo se fuera de este mundo "tranquilo, como el quería, en casa y acompañado" de los suyos, y agradeció la muestra de reconocimiento "de todo el pueblo y gente que se está volcando".
"Él tenía una preocupación, preguntaba si cuando se muriera se acordarían de él. Pues por lo menos ahora puedo decir: Yayo, sí que se han acordado de ti; la gente te echa de menos", dijo emocionado.
Iranzo agradeció también que todos los reconocimientos que le llegaron a su abuelo fueran en vida, por lo que lo pudo disfrutar. Su última gran juerga fue hace escasamente un mes, el 20 de octubre, cuando cumplió 101 años. "Recibió muchas felicitaciones y estaba muy feliz de que la gente se acordara de él y fuera a verlo", concluyó.
Autor: Marcos Navarro / Andorra