El descubrimiento de tres abrigos rupestres en Alcañiz refuerza la teoría de que el arte levantino constituía una red de señales
La importancia de los tres abrigos de arte rupestre descubiertos en Alcañiz por el arqueólogo Jesús Carlos Villanueva en el marco de un proyecto del Taller de Arqueología trasciende más allá de lo que es su valor patrimonial. La teoría de que las pinturas rupestres no deben analizarse de manera individualizada o aislada sino que hay que buscar su significado como un conjunto cobra fuerza con este descubrimiento.
Enclavados en la margen derecha del río Guadalope, en la Val de Maella, una vía natural de comunicación entre los ríos Matarraña y Guadalope, los tres yacimientos se sitúan muy cerca unos de otros, pero además, por temática y estilo, guardan enormes semejanzas con otros conjuntos del entorno próximo como los abrigos de Secans y Caídas del Salbime (Mazaleón), Roca del Moros y Roca del Gascons (Cretas), el abrigo del Arquero y Arenal de Fonseca (Ladruñán), el del Cantalar en Montoro de Mezquita, Corrales del Pilluelo en Torrecilla y, sobre todo, con el más importante de todos, Val del Charco del Agua Amarga en Alcañiz.
[caption id="attachment_80082" align="aligncenter" width="660"] Jesús Carlos Villanueva, junto a su hijo Ismael en Mas del Obispo[/caption]Para Manuel Bea, investigador colaborador senior del área de prehistoria del departamento de Ciencias de la Antigüedad de la Universidad de Zaragoza, “es importantísimo que hayan sido descubiertos tres abrigos en una zona tan restringida porque nos permite decir que esa era una zona transitada por el Hombre prehistórico y que, además, éste tuvo la necesidad de realizar determinadas marcas, bien por motivos sociales, topográficos o por el control del territorio”. En el caso de los dos abrigos de arte rupestre levantino -Corral de las Gascas y Barranco del Muerto- “son, desde luego, señales”.
En el Barranco del Muerto ha aparecido la figura de un gran arquero de 80 centímetros de altura de estilo levantino clásico y plenamente naturalista. Para Bea esa figura de enormes dimensiones sería una marca en el camino. “Debemos pensar que son pinturas hechas en abrigos, al aire libre y fáciles de ver a distancia debido a ese tamaño”. En este sentido, el investigador de la Universidad considera más factible ahora que estos abrigos rupestres formen parte de una “red global de posicionamiento topográfico dirigido a orientar o a dar determinada información a las gentes que se desplazaban de una lugar a otro”. A su juicio, aunque entre los yacimientos arriba mencionados hay grandes distancias, “muchos comparten temática y estilística y hasta parece que puedan ser los mismos grupos y hasta la misma persona la que ha pintado algunos elementos”. Según Bea, “están alejados, pero conforman un espacio común de cazadores recolectores y este descubrimiento lo reafirma y confirma”.