El convento de las Monjas de Mirambel es uno de esos monumentos de la provincia de Teruel que nadie debería perderse. Está tal cual lo dejaron las Agustinas en el año 1980, pero es que hasta ese año vivieron con muy pocas comodidades, prácticamente igual que lo hacían sus antecesoras décadas atrás. Eso hace que pasear por las estancias sea adentrarte a otro tiempo, casi a la década que Ken Loach recrea en su Tierra y Libertad.
La primera vez que estuve allí el polvo cubría las salas y los pocos muebles que quedaban dentro de ellas. Me lo enseñó Ricardo Monforte, que entonces era el alcalde de Mirambel, porque estuvimos haciendo fotos de un retablo que iban a restaurar de los que había en la iglesia del convento. Me dijo que su deseo era abrirlo a los turistas, convertirlo en un lugar visitable
A mí me pareció impresionante ya en ese momento, sobre todo por la magia de poder asomarme a las celosías y ver como desde la calle unos visitantes perdidos nos hacían fotos. Ellos no sabían que su objetivo también había captado a nuestros ojos, aunque no se vieran en la foto.
La siguiente vez que estuve ya fue porque lo iban a abrir a las visitas guiadas. Las estancias que me había mostrado Ricardo Monforte estaban ahora mucho más limpias y en este caso la alcaldesa, Mari Carmen Soler, lo que nos dijo que quería era lograr dinero para restaurar las pinturas de grisalla que cubren buena parte de las paredes de las celdas de las monjas, incluida la de castigo.
Ayer volví al convento de las Agustinas de Mirambel, que se ha convertido en un lugar para exposiciones y conferencias porque allí se celebraban los actos del Festival Aragón Negro. Desde luego mejor marco no podrían haber elegido puesto que el convento, antaño supongo lleno de vida con las monjas, es un lugar que hoy se presta al misterio y a la novela negra
He de decir que me quedé con las ganas de volver a asomarme por las celosías y mirar por los paneles de madera desde los que las monjas escuchaban misa casi sin ser vistas. La próxima vez no me lo pierdo.