Veinte años consecutivos organizando un mercado medieval ha de dar sus frutos, y en Alcañiz -donde este fin de semana celebran el vigésimo aniversario del suyo- los ha dado. El día arrancó ayer con la amenaza de un cielo encapotado que por la mañana presagiaba lo peor, pues dejaba caer una fina lluvia sobre las calles, obligando a cubrir los puestos que ya estaban preparados en la plaza de España y calle Alejandre para conmemorar las dos décadas de medievalismo. Pero los nubarrones fueron desplazándose a medida que avanzó la mañana, al final de la cual salió el sol y salvó la primera de las jornadas de esta vigésima edición.
Por la tarde todo discurrió como si no hubiera pasado nada, y la salida del sol hizo de llamada para cientos de personas que, como si temieran que las nubes volvieran para cubrir la ciudad, salieron raudas a ver lo que se vendía, a comprar, a mirar y a informarse, no sin llevarse el abrigo de invierno, porque, si la lluvia se apartó por la mañana, lo que se quedó fue el fresco, que acompañó la tarde de principio a fin aderezándola además con repentinas rachas de viento que parecían (por los golpes que se iban escuchando de vez en cuando) que más de un postigo iba a venirse abajo.
En el mercado de Alcañiz, que sigue hoy domingo, lo que no falta es la comida. A las dos o tres creperías que se pueden encontrar a escasos 10 metros de distancia la una de la otra -a cual más extraordinaria, pues tienen crepes para todos los gustos y variedades, comenzando por los de chocolate negro o blanco, con limón, con mermeladas, con miel, con frutos secos y hasta de dulce de leche, y continuando con una retahíla de crepes salados de jamón de york o serrano, de sobrasada y hasta de aguacate- se añade una pizzería artesana. Los olores que desprenden sus enormes pizzas, vendidas en porciones que cuestan 3,5 euros (menos la de cuatro quesos, que está a 4,5 euros), dejan el entorno de la plaza del mercado con un olor que solamente dice: "comedme".
Ayer, alrededor de las seis de la tarde, tanto la pizzería como las creperías eran de los puestos más concurridos del mercado, sobre todo de adolescentes y de mamás y papás acompañados de niños deseosos por devorar las tortillas de chocolate que con diligencia se cocinaban y montaban detrás de los mostradores.
Siguiendo con la comida, hay en este mercado quesos de todos los tipos, tamaños, variedades y orígenes, que se venden junto a los stands dedicados en exclusiva a los embutidos, tan diversos que hasta sin lactosa y sin gluten se pueden encontrar.
Hay también en la calle Alejandre una parada para los fijos de lo ecológico, con huevos camperos y verdura ecológica made in Alcañiz. Y como no, la churrería al estilo medieval, colocada en el centro de la plaza, para que no pase desapercibida y nadie se vaya sin probar los churros, bien azucarados o con chocolate.
Dejando a un lado la comida, al Mercado no se le puede poner un pero. Hay artesanía hecha en vivo, bisutería y abalorios variados como uno quiera. También hierbas y cremas para las dolencias más comunes y las más singulares, pomadas para la "piel atómica y para mejorar la circulación", según figura en los reclamos informativos que los vendedores tienen en sus puestos de venta. Se pueden comprar aceites para eliminar la pelambrera sin dolor y hasta se pueden comprar "capacitos para el Corpus". Y los niños no sólo tienen colchonetas para saltar. Si quieren, hasta pueden practicar con la pintura hecha en arena.
Autor:Maribel S.Timoneda