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El trapicheo en la Antigua Roma El trapicheo en la Antigua Roma

El trapicheo en la Antigua Roma

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Javier Sanz

«La heroína, muy cortada y baja en pureza, se distribuye mezclada con yeso», «cae un grupo de camellos que vendía droga en un polideportivo», «crece la adulteración de las drogas más consumidas»… titulares como éstos aparecen un día sí y otro también en las portadas de los medios de comunicación. ¿Hoy en día? Sí, hoy en día… y en la Antigüedad también. En Roma ya existían los camellos que distribuían por las calles el opio (del griego opos, jugo) y los que lo adulteraban y «cortaban».

La primera referencia del cultivo de amapolas o adormideras, de las que se extrae el opio (sustancia que se obtiene desecando el jugo de las cabezas de adormideras verdes, Papaver somniferum), aparece en tablillas sumerias grabadas hace más de 5.000 años. Los sumerios llamaban a las amapolas hul gil (planta de la alegría), lo que nos pone en la pista de que ya se debía utilizar para fines muy distintos a los ornamentales o para regalar el día de San Valentín. En el Papiro de Ebers, datado alrededor del 1500 a.C y encontrado en 1862 en Luxor (Egipto) entre los restos de una momia, se describen cientos de enfermedades y la correspondiente farmacopea con más de setecientas sustancias extraídas de plantas, como por ejemplo el opio que se recomienda para calmar a los bebés llorones, sobre todo en la época de la dentición.

Ya en Grecia, el dios mitológico del sueño, Hipnos, se representa con un ramo de amapolas y un cuerno para beber su jugo. También el poeta Homero menciona en su poema épico la Odisea una droga llamada nepenthe (sin pena, sin dolor), cuyo principio activo era el opio. Se cuenta que la valentía de los famosos hoplitas, los soldados de las ciudades estado de la Antigua Grecia que formaban la infantería pesada, tenía que ver con los chutes de nepenthe que se metían antes de entrar en batalla y que les hacía perder el miedo. Y si Hipócrates, el padre de la medicina, recomendaba el uso del opio como purgante y narcótico, en el siglo II en Roma hacía lo propio Galeno, médico personal de emperadores, para aliviar el dolor, inducir al sueño, curar la diarrea e incluso mejorar la libido. El producto estrella era la triaca de Galeno, un preparado compuesto por decenas de ingredientes, con un porcentaje de opio del 40%, que se utilizaba como antídoto para venenos y como medicamento para curar numerosas enfermedades.

Si al consumido por motivos lúdico-festivos por las altas esferas de la sociedad, añadimos el prescrito como remedio medicinal, tenemos como resultado un fuerte aumento de la demanda opiácea que, como era de esperar, trataron de aprovechar vendedores ambulantes metidos a camellos que comercializaban el producto fuera de los establecimientos autorizados -a comienzos del siglo IV, en tiempos de Diocleciano, casi 400 tiendas censadas-. Con una producción nacional ciertamente escasa, Roma tuvo que importar el preciado sedante de Egipto, y fueron muchos los que denunciaron que las partidas de opio llegaban sin ningún control. Así que, era frecuente que tratasen de colarte opio de baja calidad como tebaico -el mejor de la Antigüedad- e incluso que se adulterasen partidas en las que se mezclaba con goma arábiga o zumo de lechugas. Por tanto, no quedaba más remedio que seguir los consejos de las autoridades sanitarias de la época para que no te diesen gato por liebre:

-El opio puro es de olor muy intenso y amargo al gusto.

-Al exponerlo al fuego, debe arder con una llama luminosa y clara.

-Se disuelve fácilmente en el agua.

-Se derrite cuando se expone al sol.

Curiosamente, y a pesar del frecuente consumo, no hemos encontrado casos de drogodependiente marginados socialmente (yonquis), ni altercados provocados por el síndrome de abstinencia. Igual en Roma sí podían decir «Tú tranquilo, yo controlo»