En alguna ocasión habremos leído u oído que la felicidad para algunos pensadores es una quimera; algo de lo que hablamos constantemente, que forma parte de nuestro vocabulario cotidiano, pero que realmente no existe salvo en la mera ficción. Para otros pensadores, la felicidad se recuerda, la añoramos sin haber sido conscientes del momento en que estuvimos poseídos por ella.
El filósofo Ortega y Gasset, juzgando la obra de su amigo Pío Baroja, lanza una Teoría de la felicidad, a modo de instrumento con el que poder entender al protagonista de El árbol de la Ciencia. Sin ánimo de trivializar el tema, creo que nuestro gran filósofo veía la cuestión de la felicidad un tanto escurridiza de ahí que tomara carrerilla, posicionándose ante la vida, para sentenciar que: “Como Arquímedes, nos contentaríamos con un punto de apoyo, pero que sea suficiente, que se baste a sí mismo y no necesite, a su vez, de otro donde afianzarse y así hasta el infinito”.
Sin darnos cuenta, Ortega ya está metido en el pozo y por eso argumenta que “si en los momentos de infelicidad, cuando el mundo nos parece vacío y todo sin sugestiones, nos preguntan qué es lo que más ambicionamos, creo yo que contestaríamos: salir de nosotros mismos, huir de este espectáculo del yo agarrotado y paralítico. Y envidiamos los seres ingenuos, cuya conciencia nos parece verterse íntegra en lo que están haciendo, en el trabajo de su oficio, en el goce de su juego o de su pasión. La felicidad es estar fuera de sí –pensamos”. Así que, partiendo de esa inquietud producida aun en ausencia de despertador, del desasosiego aparentemente huérfano, puede surgir cierta reacción inconsciente: compras cotidianas, quiosco, bricolage. Tenemos diario, libros, proyecto, incluso trabajo. O sea, la felicidad que da el entretenimiento a las almas sencillas, cosa esa que nos libera de la introspección proclive al dolor por la consiguiente comida de tarro.
“De lo que llevo dicho se desprende que en este estar fuera de sí consiste precisamente el vivir espontáneo, el ser, y que al entrar dentro de sí, el hombre deja de vivir y de ser y se encuentra frente a frente con el lívido espectro de sí mismo”. Gracias por avisar, don José. A otros sabios les sobra con tener salud.