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Bichito Bichito
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Fernando Arnau

No, no es su nombre de pila. Apenas un recurso para llamarlo cariñosamente y, por comodidad, dejarlo en chito. La familiaridad con nuestros compañeros del reino animal nos lleva a estas extravagancias, fruto de la amabilidad doméstica.
Bichito no ha pasado por la peluquería canina este año. Parece un miserable, con todo su pelo. Algo así como la barba no rasurada por falta de recursos del invisible de nuestras calles. Ese invisible, desahuciado, al que Richard Gere daba vida esos días atrás en la pequeña pantalla. Que, dicho sea de paso, desde el galán millonario rompecorazones de Pretty Woman y tantas pelis más, he visto mutarse en mendigo y cornudo, para que no sea dicho que adolece de versatilidad, además de tocar el piano y llevar a su alma a deambular por el Tibet.
En fin, Bichito me está llenando la casa de pelusas porque aligera su capa para adaptarse al infierno estival. Pero es lo que hay. Si te dejan a un perrillo que enamora, en casa, no es para prescindir de las incomodidades colaterales. Hay que estar a las verdes y a las maduras, aunque sea a regañadientes y con el espíritu entreverado de los cuidadores ocasionales. Hay una particularidad: al colocarle el arnés, lo tengo que ayudar moviendo su patita derecha, primero, y la izquierda después. El tacto me recuerda sensaciones lejanas, movimientos parecidos con una mulilla que había en casa a la cual aprendía a aparejar siendo un crío. A falta de móvil buena es una mula dócil. La familiaridad con la mula, en clave de bestia de carga, me introdujo al mundo de los animales quedándome con la copla de que las explotadas bestias de carga, camino de la cuadra, aligeran el paso. La norma se rompe con Bichito. Le cuesta un montón encarar la vuelta casa. Husmea cada mancha de humedad en cada zócalo, esquina o pared de edificio (preferentemente comercial). Los de alimentación son sus preferidos. Así que el arnés, entre muchas otras, cumple su misión de dulcificar el arrastre del can. De hacerle más llevaderos los innumerables tirones de su impaciente cuidador. Y así estamos, en pleno combate entre animales. Yo, que me consideraba mínimamente civilizado, estoy poniendo a prueba tal condición.