Estarán ustedes conmigo que llevamos meses de hartazgo con la clase política. Con todos: unos por infames y los otros por inútiles. Sus decisiones para mantenerse en el poder nos afectan a todos directamente aunque no nos demos cuenta (como esa subida de 9 céntimos al diésel aprobada de tapadillo porque los nacionalistas de derechas en los que se apoya la estabilidad gubernamental no quieren contrariar a sus amigos de las eléctricas). Pero cuando ocurre algo grave es cuando vemos lo incapacitados que están todos ellos para gestionar cualquier cosa.
Lo de Valencia es para montar un 15N, una rebelión ciudadana en toda regla. Ahora sí que es para que rodeemos el Congreso, la Moncloa y la Generalitat valenciana. Para sacarlos a gorrazos de sus poltronas.
Puedo entender que haya catástrofes naturales impredecibles, pero ésta no lo era. Y la inutilidad de los políticos valencianos ha costado seguramente un millar (ojo que se dice pronto) de vidas. ¿Cómo puede seguir un segundo más ningún responsable autonómico sin anunciar que cuando acabe la crisis dimite y se va a su casa?
Pero el colmo de la desfachatez está siendo la gestión posterior de la tragedia. ¡Qué vergüenza y qué impotencia! Que seamos los ciudadanos los que, carretilla y pala en mano, tengamos que ir a sacar cadáveres porque los políticos siguen perdidos en el “y tú más” de la burocracia. Su incapacidad ha costado centenares de vidas y tienen todos ellos las manos manchadas de fango. Esto sí que es un lodazal y no lo que nos quiere vender el Gobierno más siniestro de nuestra democracia.
Son ruines. Y contengo mis adjetivos porque podría acabar en el cuartelillo. Pero tenemos que decir “hasta aquí hemos llegado”. Porque nos tienen justamente donde ellos quieren: en guerras ideológicas absurdas que nos enfrentan y nos distraen de lo realmente importante. Evitan que nos demos cuenta de que no son capaces de gestionar un país. ¡Qué digo! No son capaces de gestionar ni sus propias vidas. ¿En manos de quién estamos? Se lo digo yo: de lo peor.
Es la generación de políticos peor preparada, más vendida a espurios intereses, priorizan su vidorra a su deber, se saben poderosos y nos amedrentan a diario: bien sea sacándose el miembro viril sin consentimiento, bien sea con una inspección de hacienda, bien sea asaltando sin pudor las instituciones que son de todos.
No es una cosa de un partido en concreto. Es la degradación política en estado puro. Putas y coca. Maletines y comisiones. Chantajes y corrupción hasta en la alcoba. Y ya les digo que hemos ido tragando hasta que nos hemos encontrado con centenares de muertos a nuestros pies.
Tenemos dos opciones. Pasar de ellos, darle la espalda a la política e intentar ser mínimamente felices (que es lo que pretenden), o plantarles cara. Mostrarles nuestro hartazgo a la cara cuando nos los crucemos por la calle. Que nos tengan miedo, o como mínimo, respeto. Que tengan que bajar la mirada en vez de seguir mirándonos por encima del hombro.
Estamos secuestrados por unos gobernantes que no merecemos. Y que no valen para absolutamente nada. Solo para generar enfrentamiento y para gastarse nuestro dinero. Y por si fuera poco, ahora comprobamos que también sirven para hacernos sentir como si viviésemos en un Estado tercermundista pese a estar molidos a impuestos. Siento asco mientras escribo porque la tragedia de Valencia es la constatación de que son ellos o nosotros. O nos ponemos las pilas o acabemos todos sepultados por su fango.