Yo era más de Juan Antonio Cebrián (Turno de noche / La Rosa de los vientos, Onda Cero) que de Íker Jiménez. Es más, cuando monté una tertulia de misterio en La nit en blanc (Onda Cero Cataluña), algunos de los colaboradores más metidos en el tema no me hablaban muy bien del creador y director de Milenio 3 (Cadena SER). Desgraciadamente, Cebrián murió repentinamente en una boda y nos dejó huérfanos a miles de oyentes. A los que nos gustaban los temas de misterio sólo nos quedaba una opción para estar al día de las teorías de la conspiración, las reuniones del Club Bilderberg y los avistamientos Ovni. En aquellos tiempos no había podcast ni nada que se le pareciera.
Es cierto que pasé un tiempo apartado de todos estos temas tan denostados hoy en día, pero que mueven legiones. Íker apareció en Cuatro con su Cuarto Milenio hace casi 20 años y me entretuve alguna noche de domingo con temas asombrosos e increíbles… los de fantasmas ya me daban más pereza. Pero fue al llegar la pandemia cuando Íker Jiménez estableció una nueva forma de comunicar. Se vio forzado a crear La estirpe de los libres (Youtube) durante el confinamiento donde informaba sobre cosas del covid que nadie contaba en otros medios. Él no daba su opinión, se limitaba a hacer preguntas y a llevar a expertos. Muchas de las cosas que se decían contravenían un discurso oficial que hacía aguas por todas partes (y del que nunca sabremos la verdad, como el número de muertos en nuestro país).
En Youtube, aunque también existe la censura (buena prueba de ello es cómo algunos programas de Íker eran borrados sistemáticamente horas después de su emisión) se podía hablar sin miedo a que el dueño de un medio de comunicación recibiese la llamada de turno del político de turno que otorga la licencia de turno y pone la publicidad institucional que pagamos todos. Yo, la verdad, pensaba que Mediaset no volvería a contar con Íker después de cuestionar absolutamente todo lo que se nos estaba contando en un momento especialmente delicado a escala planetaria.
Pero Íker volvió. Lo hizo con Horizonte (Cuatro), un programa surgido justo antes de la pandemia que alertó (en boca de científicos) de que el covid no era una “simple gripe”, tal y como llegaron a afirmar los que hoy tratan de verificar lo que uno debe de pensar. Este espacio se convirtió en algo que a mí sí que me interesaba porque estaba más pegado a la actualidad que a lo inmaterial del ectoplasma. Abordaba temas que nadie tocaba. Y llevaba opiniones discordantes con el relato establecido. Algunas de ellas, ciertamente rocambolescas y rebatibles. Pero siempre había alguien en el mismo programa para poner el contrapunto.
Con la tragedia de Valencia Íker no podía faltar a su cita. Informó, movilizó convoyes de ayuda (incluso antes de que las administraciones públicas) y, lo más importante, cuestionó todo lo que los medios estábamos contando. Hubo una noche en la que ciertamente se pasó de frenada y patinó. La elección de algunos colaboradores no fue acertada y en un acto de rabia incontenida dio por ciertas las informaciones no oficiales que apuntaban a que el parking de Bonaire era “un cementerio”. No sólo lo dijo él, eso también es cierto.
Pero Íker fue el que más se salió del guión preestablecido. Y eso, en un país donde vivimos bajo el yugo del relato que nos quieren imponer, molestó mucho a los políticos de todos los colores.
Se equivocó y pidió perdón. Pero la trituradora ya estaba puesta en marcha: había orden de destruir a Íker. Y una tropa de matones aleccionados recibieron la consigna de sacar al presentador de la televisión. Se llegó a pedir en una tertulia de otra cadena que el Gobierno quitase la publicidad institucional a Mediaset hasta que no echasen a Jiménez y su mujer. Era una propuesta que nos habría puesto (esta vez sí) a la altura de países como Venezuela. Así que se urdió un plan más sibilino: que una gran marca retirase la publicidad de sus programa para provocar un efecto cascada que obligase a cancelar el programa. Pero la jugada no salió bien y durante tres días, el banco ING tuvo que soportar ser trending topic en X con gente que aseguraba estar cerrando sus cuentas.
El poder no había podido con la libertad de expresión. ¡Milagro! Resulta que “el pueblo” (del que ahora se quieren apropiar los que no han movido un dedo, ni antes ni ahora, para ayudar con esta tragedia) se había organizado por su cuenta gracias a las redes sociales. ¿Qué se podía hacer entonces? Denostar a la red social que se había vuelto incontrolable. Un diario de tirada nacional anunciaba que abandonaba Twitter y, ¡oh casualidad!, una radio próxima al Gobierno editorializaba desde primera hora de la mañana sobre la “necesidad” de abandonar una red social que para ellos (ahora sí) se había convertido en un sumidero de desinformación.
¿Acaso ha cambiado algo en X (Twitter) en las últimas horas? ¿Ha sido tomado por radicales extremistas que imponen su relato antisistema? La respuesta es no. Sigue siendo el mismo sumidero de insultos y bulos que antes, pero ha sido capaz de desmontar el relato que nos querían imponer. Así que hay que intentar denostar a todos los que decidan quedarse tuiteando y alabar a los que migran (ya veremos cuánto les dura) al Twitter de Aliexpress.
Tal y como les está saliendo la jugada, casi mejor que se dejen de campañas para silenciar a Íker Jimenez o acabaremos viendo como lo convierten en el próximo presidente del Gobierno. Al tiempo.
Es cierto que pasé un tiempo apartado de todos estos temas tan denostados hoy en día, pero que mueven legiones. Íker apareció en Cuatro con su Cuarto Milenio hace casi 20 años y me entretuve alguna noche de domingo con temas asombrosos e increíbles… los de fantasmas ya me daban más pereza. Pero fue al llegar la pandemia cuando Íker Jiménez estableció una nueva forma de comunicar. Se vio forzado a crear La estirpe de los libres (Youtube) durante el confinamiento donde informaba sobre cosas del covid que nadie contaba en otros medios. Él no daba su opinión, se limitaba a hacer preguntas y a llevar a expertos. Muchas de las cosas que se decían contravenían un discurso oficial que hacía aguas por todas partes (y del que nunca sabremos la verdad, como el número de muertos en nuestro país).
En Youtube, aunque también existe la censura (buena prueba de ello es cómo algunos programas de Íker eran borrados sistemáticamente horas después de su emisión) se podía hablar sin miedo a que el dueño de un medio de comunicación recibiese la llamada de turno del político de turno que otorga la licencia de turno y pone la publicidad institucional que pagamos todos. Yo, la verdad, pensaba que Mediaset no volvería a contar con Íker después de cuestionar absolutamente todo lo que se nos estaba contando en un momento especialmente delicado a escala planetaria.
Pero Íker volvió. Lo hizo con Horizonte (Cuatro), un programa surgido justo antes de la pandemia que alertó (en boca de científicos) de que el covid no era una “simple gripe”, tal y como llegaron a afirmar los que hoy tratan de verificar lo que uno debe de pensar. Este espacio se convirtió en algo que a mí sí que me interesaba porque estaba más pegado a la actualidad que a lo inmaterial del ectoplasma. Abordaba temas que nadie tocaba. Y llevaba opiniones discordantes con el relato establecido. Algunas de ellas, ciertamente rocambolescas y rebatibles. Pero siempre había alguien en el mismo programa para poner el contrapunto.
Con la tragedia de Valencia Íker no podía faltar a su cita. Informó, movilizó convoyes de ayuda (incluso antes de que las administraciones públicas) y, lo más importante, cuestionó todo lo que los medios estábamos contando. Hubo una noche en la que ciertamente se pasó de frenada y patinó. La elección de algunos colaboradores no fue acertada y en un acto de rabia incontenida dio por ciertas las informaciones no oficiales que apuntaban a que el parking de Bonaire era “un cementerio”. No sólo lo dijo él, eso también es cierto.
Pero Íker fue el que más se salió del guión preestablecido. Y eso, en un país donde vivimos bajo el yugo del relato que nos quieren imponer, molestó mucho a los políticos de todos los colores.
Se equivocó y pidió perdón. Pero la trituradora ya estaba puesta en marcha: había orden de destruir a Íker. Y una tropa de matones aleccionados recibieron la consigna de sacar al presentador de la televisión. Se llegó a pedir en una tertulia de otra cadena que el Gobierno quitase la publicidad institucional a Mediaset hasta que no echasen a Jiménez y su mujer. Era una propuesta que nos habría puesto (esta vez sí) a la altura de países como Venezuela. Así que se urdió un plan más sibilino: que una gran marca retirase la publicidad de sus programa para provocar un efecto cascada que obligase a cancelar el programa. Pero la jugada no salió bien y durante tres días, el banco ING tuvo que soportar ser trending topic en X con gente que aseguraba estar cerrando sus cuentas.
El poder no había podido con la libertad de expresión. ¡Milagro! Resulta que “el pueblo” (del que ahora se quieren apropiar los que no han movido un dedo, ni antes ni ahora, para ayudar con esta tragedia) se había organizado por su cuenta gracias a las redes sociales. ¿Qué se podía hacer entonces? Denostar a la red social que se había vuelto incontrolable. Un diario de tirada nacional anunciaba que abandonaba Twitter y, ¡oh casualidad!, una radio próxima al Gobierno editorializaba desde primera hora de la mañana sobre la “necesidad” de abandonar una red social que para ellos (ahora sí) se había convertido en un sumidero de desinformación.
¿Acaso ha cambiado algo en X (Twitter) en las últimas horas? ¿Ha sido tomado por radicales extremistas que imponen su relato antisistema? La respuesta es no. Sigue siendo el mismo sumidero de insultos y bulos que antes, pero ha sido capaz de desmontar el relato que nos querían imponer. Así que hay que intentar denostar a todos los que decidan quedarse tuiteando y alabar a los que migran (ya veremos cuánto les dura) al Twitter de Aliexpress.
Tal y como les está saliendo la jugada, casi mejor que se dejen de campañas para silenciar a Íker Jimenez o acabaremos viendo como lo convierten en el próximo presidente del Gobierno. Al tiempo.