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Ya están aquí, un año más, las Bodas de Isabel de Segura. Un fin de semana de disfrute para la mayoría de nosotros, pero que se convierte en un infierno para otros. Me refiero a los vecinos del centro, que reciben con bastante poca ilusión esta fiesta multitudinaria que (nadie podrá negar) reporta grandes beneficios económicos a nuestra ciudad.
El problema es el de siempre: la masiva ocupación de la vía pública. Lo que al visitante le parece una maravillosa metamorfosis al medievo, para muchos vecinos es un fin de semana caótico de ruido, suciedad y molestias sin fin. Les cuento.
Me decía ayer una buena amiga que su madre había tenido un encontronazo con una chica que regentaba uno de los 230 puestos ambulantes que se instalan estos días en Teruel. El motivo no era otro que la ocupación de las aceras que daban paso a la puerta de su casa.
“Total mujer, si son sólo tres días”, le dijo la vendedora, a lo que esta vecina respondió que “tres días ahora, otros tres en unas semanas y otros tres cada dos por tres… y así todo el año”. Vivir en el centro se ha convertido en una odisea diaria que alcanza su culmen en fiestas como éstas.
Un barrio que se ha quedado sin supermercados, lleno de pisos turísticos y donde se prioriza el folklore al bienestar de sus vecinos. Aunque la normativa municipal estipula la distancia a la que deben situarse los puestos ambulantes y obliga a dejar libres los pasos a las viviendas, la realidad es que muchos vendedores usan las aceras como trastienda improvisada. Y eso no lo controla nadie. Con lo que las personas mayores que aún sobreviven en el centro se resignan a quedarse en casa, atrapadas, ante la imposibilidad de esquivar montañas de cajas apiladas en sus puertas.
Sobre la colocación de los urinarios portátiles también ha habido lío. Los comerciantes veían alucinados cómo les plantaban en el escaparate algunos de estos baños temporales, sin tener en cuenta lo insalubre del asunto para la clientela.
Alguien pensó que era buena idea ponerlos delante de una farmacia y al lado de un restaurante. Tras una protesta se logró cambiar la ubicación a una zona donde no perjudicase a nadie (será que en la plaza del Torico no hay espacios más apropiados, como el escaparate de algún banco donde no habrá actividad en todo el fin de semana).
Pero este año, las molestias se han extendido al Ensanche. Y es que las obras de “humanización” de la avenida de Sagunto han dejado bloqueados los accesos a los garajes de unas cuantas fincas. Cinco días sin poder meter o sacar el coche, en unos días en los que, con suerte, uno encuentra aparcamiento en Los Planos. Esta obra no depende directamente del Ayuntamiento, pero las administraciones deberían tener un diálogo mucho más fluido para evitar situaciones como esta.
Yo soy afortunado. Me visto de medieval, voy al centro, disfruto de mi jaima con mis amigos… y regreso a la tranquilidad de mi casa en el Ensanche. Vivo las bodas como una fiesta, pero entiendo que haya gente que decida marcharse este fin de semana para no tener que enfrentarse a lo que para ellos es, sin duda, un verdadero infierno.
El problema es el de siempre: la masiva ocupación de la vía pública. Lo que al visitante le parece una maravillosa metamorfosis al medievo, para muchos vecinos es un fin de semana caótico de ruido, suciedad y molestias sin fin. Les cuento.
Me decía ayer una buena amiga que su madre había tenido un encontronazo con una chica que regentaba uno de los 230 puestos ambulantes que se instalan estos días en Teruel. El motivo no era otro que la ocupación de las aceras que daban paso a la puerta de su casa.
“Total mujer, si son sólo tres días”, le dijo la vendedora, a lo que esta vecina respondió que “tres días ahora, otros tres en unas semanas y otros tres cada dos por tres… y así todo el año”. Vivir en el centro se ha convertido en una odisea diaria que alcanza su culmen en fiestas como éstas.
Un barrio que se ha quedado sin supermercados, lleno de pisos turísticos y donde se prioriza el folklore al bienestar de sus vecinos. Aunque la normativa municipal estipula la distancia a la que deben situarse los puestos ambulantes y obliga a dejar libres los pasos a las viviendas, la realidad es que muchos vendedores usan las aceras como trastienda improvisada. Y eso no lo controla nadie. Con lo que las personas mayores que aún sobreviven en el centro se resignan a quedarse en casa, atrapadas, ante la imposibilidad de esquivar montañas de cajas apiladas en sus puertas.
Sobre la colocación de los urinarios portátiles también ha habido lío. Los comerciantes veían alucinados cómo les plantaban en el escaparate algunos de estos baños temporales, sin tener en cuenta lo insalubre del asunto para la clientela.
Alguien pensó que era buena idea ponerlos delante de una farmacia y al lado de un restaurante. Tras una protesta se logró cambiar la ubicación a una zona donde no perjudicase a nadie (será que en la plaza del Torico no hay espacios más apropiados, como el escaparate de algún banco donde no habrá actividad en todo el fin de semana).
Pero este año, las molestias se han extendido al Ensanche. Y es que las obras de “humanización” de la avenida de Sagunto han dejado bloqueados los accesos a los garajes de unas cuantas fincas. Cinco días sin poder meter o sacar el coche, en unos días en los que, con suerte, uno encuentra aparcamiento en Los Planos. Esta obra no depende directamente del Ayuntamiento, pero las administraciones deberían tener un diálogo mucho más fluido para evitar situaciones como esta.
Yo soy afortunado. Me visto de medieval, voy al centro, disfruto de mi jaima con mis amigos… y regreso a la tranquilidad de mi casa en el Ensanche. Vivo las bodas como una fiesta, pero entiendo que haya gente que decida marcharse este fin de semana para no tener que enfrentarse a lo que para ellos es, sin duda, un verdadero infierno.