Ignacio Celma, fotógrafo y archivero de La Fresneda: “Una fotografía no solo es un recuerdo, sino también una vivencia que cuenta una historia”
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Ignacio Celma, vecino de La Fresneda, ha dedicado su vida a una pasión que se convirtió en un puente entre generaciones: la fotografía. Aunque también ha sido agricultor durante años, desde que adquirió su primera cámara durante el Servicio Militar, en los años 60, Ignacio no ha dejado de capturar momentos en el Matarraña, convirtiéndose en un guardián de la memoria visual de esta comarca. Su esposa, Carmen Simó, lo ha acompañado durante décadas en este camino y también ha adquirido parte de esta afición.
- ¿Cómo empezó su afición por la fotografía?
-Todo empezó en la mili, cuando estuve en África entre 1965 y 1966. Allí me compré la primera cámara, una Kodak, porque descubrí que podía ahorrar dinero haciéndome mis propias fotos y las de mis compañeros. Al principio, hacía fotos para enviar a mis padres, pero poco a poco comencé a fotografiar todo lo que veía. Cuando volví a La Fresneda, seguí con esa afición y me convertí en fotógrafo ambulante. Durante décadas, recorrí el pueblo y las localidades cercanas haciendo fotos de bodas, comuniones, bautizos y todo tipo de celebraciones. La fotografía se volvió parte de mi vida y siempre me gusta explicar a la gente las historias detrás de las imágenes. Siempre he dicho que el mejor regalo que me pueden hacer es darme un paquete de fotos para trabajar con ellas.
- ¿Cómo era trabajar como fotógrafo en aquella época?
-Era un proceso muy diferente al de ahora. No había manera de saber si una foto había salido bien hasta que revelabas el carrete, lo cual podía llevar días. Además, todo era en blanco y negro, y se necesitaba un cuarto oscuro para hacer las copias. Durante un tiempo, un fotógrafo de Andorra me enseñó a revelar las fotos, con sus respectivos líquidos, pero más adelante monté mi propio cuarto oscuro en casa. Recuerdo que cada foto requería paciencia y dedicación. No era tan fácil como hoy en día, pero esa dificultad hacía que cada imagen tuviera un valor especial.
- ¿Qué le motivó a seguir con la fotografía durante tantos años?
-Siempre he pensado que cada foto cuenta una historia. No es solo un recuerdo, es una experiencia vivida. A mí me encanta capturar esos momentos y luego compartirlos con los demás. Aunque dejé de ser fotógrafo oficial hace tiempo, nunca he dejado de hacer fotos. Es una afición que siempre me ha acompañado. Hoy llevo una cámara digital en el bolsillo, y aún disfruto capturando lo que me rodea.
- ¿Cómo se adaptó a las nuevas tecnologías, tras haberse criado en una época donde no las había?
-No fue fácil, pero tenía claro que quería aprender. Mi mujer y yo fuimos a la escuela de adultos del pueblo para aprender a usar el ordenador. Al principio, me costó un poco porque no tuve mucha formación escolar, pero me gustaba tanto la fotografía que hice el esfuerzo. Ahora tengo más de 15.000 fotos guardadas en el ordenador, todas clasificadas y organizadas. También aprendí a editar fotos antiguas que me dejaron los vecinos del pueblo, mejorándolas sin perder detalle. Fue un reto, pero valió la pena.
- Muchas de sus fotos forman parte de una exposición. ¿Cómo surgió esa idea?
- Hace unos años, el Ayuntamiento de La Fresneda me ofreció un espacio para exponer mis fotos. Al principio, la exposición solo estaba abierta desde Semana Santa hasta las fiestas de agosto, pero ahora es permanente. Hay más de 300 fotos que abarcan temas como bodas, cuadrillas, escuelas, comuniones, fiestas y hasta militares. La gente que visita la exposición, tanto del pueblo como de fuera, siempre se queda impresionada. Me dicen que es como un museo vivo de la historia de La Fresneda, y eso me llena de orgullo.
- ¿Qué impacto cree que tienen sus fotos en el territorio?
- Para mí, la fotografía es una forma de preservar la memoria. Muchas de las fotos que tengo son de personas que ya no están, pero sus historias permanecen en esas imágenes. Además, el libro La Fresneda, museo vivo, escrito por Miguel Caballú, que se publicó en 2018, utilizó muchas de mis fotos para contar la historia del pueblo. Ese proyecto fue muy especial porque combinó las imágenes con las historias detrás de ellas. La gente todavía me pide el libro porque es una forma de conectar con el pasado.
- ¿Cómo cree que su trabajo puede ayudar al turismo en La Fresneda?
-Creo que mis fotos son una forma de atraer a la gente al pueblo. Aunque no todas las visitas guiadas incluyen la exposición, quienes la descubren se quedan maravillados. Me dicen que es como un viaje en el tiempo y que refleja la esencia de La Fresneda. Además, en mi propia casa tengo una pequeña exposición con fotos antiguas, y siempre hay visitantes interesados en verla. Es un trabajo voluntario, pero me llena de satisfacción.
- ¿Qué legado cree que deja con su trabajo?
-Mi archivo es un testimonio de la vida en La Fresneda y el Matarraña. Es un regalo para las generaciones futuras, una forma de que nunca se pierdan nuestras tradiciones y nuestra historia. Yo he hecho todo esto por afición, pero sé que el valor de estas fotos va más allá de lo personal. Espero que se conserve siempre.
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